22 jul 2013

COSMOS, más que un simple viaje personal en el siglo XXI.

Cosmos 2014.
No hay ni una sola frase en los tres minutos y medio que dura el video. Ni un solo dialogo, ni un solo intercambio de ideas, sino únicamente una palabra: COSMOS, y un título: A Space-Time Odyssey. Si nos vamos a la fría y metódica definición de un diccionario nos encontraremos con respuestas escuetas e incluso aburridas.

cosmos.
(Del lat. cosmos, y este del gr. κόσμος).
1. m. mundo (‖ conjunto de todas las cosas creadas).
2. m. Espacio exterior a la Tierra.

Existe otra forma más poética de definirlo: “El cosmos es todo lo que es, lo que fue o lo que será alguna vez. Nuestras más ligeras contemplaciones del cosmos nos hacen estremecer”. Pero para mí es algo más íntimo. Para mí, Cosmos es esa serie documental con la que me topé más de una vez en la televisión cuando era apenas una niña, y que redescubrí una década después gracias a Internet. Cosmos son esas imágenes producidas por rayos catódicos que mi hermana y yo veíamos en aquel entonces con una hipnosis sin igual.

Cosmos es la voz suave de Carl Sagan contando la historia de nuestras vidas. Cosmos son los pasillos de la Biblioteca de Alejandría destruidos por el fuego. Son los libros y papiros que alguna vez albergaron sus estanterías. El conocimiento humano trasmutado en nada. Es la icónica Ecuación de Drake que nos encoje las entrañas al acércanos al vacío de nuestra propia existencia. Cosmos es el grito silencioso que resuena en el espacio. Es la eterna pregunta de si estamos solos en el universo. Es Galileo Galilei mirando al infinito e Isaac Newton viendo caer una manzana. Es la Torre Inclinada de Pisa y la Muralla China. Es el cinturón de asteroides y los confines del sistema solar. Es Alfa Centauri y la constelación de Orión. Es Giordano Bruno ardiendo en una hoguera italiana en el campo de las flores. Es la ciencia y son todas las religiones. Es el descubrimiento del fuego y las pinturas rupestre de los primeros hombres. Son los arrecifes de coral y los cangrejos samuráis. Las ideas de Kepler y la visión de Hubble.


Cosmos son los cielos rojos de Tunguska y sus árboles reducidos a cenizas, la energía nuclear y los errores de Chernóbil. El Vesubio y el Krakatoa en erupción. Cosmos es Ptolomeo y su teoría geocéntrica. Es la Teoría de la Relatividad de Einstein y el Principio de Incertidumbre de Heisenberg. Es la prodigiosa mente de Da Vinci y su capacidad de imaginar lo imposible, es la narración radiofónica de La Guerra de los Mundos. Es la Teoría del Big Bang y el Efecto Doppler. El calendario cósmico. Es la siempre extraña hipótesis de que existen multiversos.

Cosmos son los agujeros negros y los agujeros de gusanos. Son las supernovas y los púlsares. Cosmos son los discos de oro del Voyager 1 y 2; esos mensajes lanzados a los límites del espacio que llevan consigo la esperanza más pura del ser humano. Es un ejemplo de humildad, un reconocimiento a nuestra pequeñez y a la inmensidad a la que pertenecemos. ¿Hay alguien ahí? Cosmos es el silencio que recibimos como respuesta. Ese ese punto azul pálido que llamamos Tierra.

Para mí, Cosmos es eso y mucho más; por esa razón me resultó indescriptiblemente emocionante ver los avances del remake que se estrenará a mediados del próximo año. Quiero volver a vivir la serie, quiero volver a emocionarme con las imágenes y ser la invitada de honor en la nave de la imaginación. Quiero convertirlo en un viaje personal hasta los confines del universo. Quiero sumergirme en la emoción de otras realidades y otros descubrimientos. Quiero que Cosmos sea también el bosón de Higgs y el gran colisionador de hadrones. El Spirit y el Opportunity. El Phenix y el astromóvil Curiosity vagando por los suelos de Marte. Quiero que Cosmos sea la sonda espacial Deep Impact posada en el interior de un cometa y las tormentas solares de las últimas décadas. La ingeniería genética, los avances en el área de clonación y la nanotecnología. Las epidemias y Fukoshima. Cosmos es la nueva biblioteca de Alejandría, resurgida de las cenizas hace un par de años. ¡Hay tanto por contar!

Carl Sagan logró lo que ningún otro divulgador había conseguido. Consiguió que las masas se enamoraran de la ciencia. Jóvenes de aquel entonces (e incluso niños) miraron Cosmos y encontraron suficiente interés para poder detenerse un momento, observar detenidamente a su alrededor, cuestionarlo todo y tratar de dar una respuesta a sus preguntas. Ellos son los científicos de hoy, esos que miran a través de un potente telescopio o de un diminuto microscopio y se preguntan a diario cómo funciona el mundo. Vivimos tiempos difíciles, tiempos en los que se cuestiona todo, incluso la ética de la ciencia y, una vez más, la falta de empatía hacia ella; me gustaría que Neil deGreasse Tyson lograra con su carisma lo que Carls Sagan consiguió tres décadas atrás con su convicción: ver en nuestra pequeñez la responsabilidad de hacer algo mejor por nosotros mismos y por los que nos rodean.

Cosmos es ese diente de león que se escapa de las manos de Carl Sagan, 30 años atrás, y viaja por el tiempo y el espacio hasta el siglo XXI, mientras sobrevuela por el cielo que Neil deGrasse Tyson observa con emoción. 

Cosmos es todo lo que falta por contar y todo lo que esperamos descubrir.

15 jul 2013

Descendamos juntos al infierno, tururururú...

Mira Dante, Dan Brown escribió una biografía sobre ti —le digo a mi laptop mientras le enseño una copia de Inferno, su última novela—. Seguramente narra tu aventura por los círculos del averno, esos lugares de los que nunca has salido ni pretendes salir. Mi laptop, como gentilísima respuesta, se apaga en menos de cinco minutos para evitar otra calcinación espontanea frente a mis ojos; entonces maldigo al calor, al verano, a Brown, a Alighieri y a la madre que los parió a todos.

Lo cierto es que el último libro de Dan Brown no habla precisamente de Dante, Virgilio y su paso errante por el divino infierno. Habla de bioterrorismo, de plagas que extinguen humanidades y países europeos bonitos, como Italia. Ésta vez no se trata de Jesucristo, ni de la Iglesia Católica, ni del CERN, ni de los Illuminati, ni de los masones ni ninguna otra sociedad secreta que se les venga en mente y aun así huele a lo mismo.  

Los libros de Brown tienen el mismo sabor y se digieren en el mismo tiempo, en dos o tres días cuando mucho, aunque tengan más de 500 páginas y cerca de 100 capítulos. Es fast food —comida corrida—, no necesariamente ligera pero tampoco vulgarmente pesada. (Esperen, ¿estoy comparando un libro con comida? Hay algo grave aquí). Conozco a varios lectores que se quejan de esto, pero yo nunca le he visto lo malo. A veces se les olvida que Dan Brown no escribe obras maestras de la literatura, escribe bestseller; escribe para las masas. Sus libros son de lectura fácil, escrito con palitos y bolitas, siguiendo una misma estructura narrativa con los mismos elementos claves: un profesor de simbología, una mujer que aparece fugazmente en su vida, una carrera contra el tiempo (casi siempre son 24 horas) y un inminente cataclismo mundial. Me gustan sus libros porque son fáciles de leer. Es una lectura que la puedes masticar y escupir en ese mismo instante sin que si quiera te cansen los ojos. No se necesita que pongas más de dos neuronas en coordinación para entender lo que el hombre te está diciendo porque él mismo se encarga de explicártelo con muchísima imaginación. Brown no es el rey del género thriller; está lejísimos de serlo. De hecho, ni siquiera creo que esté entre el top ten internacional. No es un crack de la literatura, pero tampoco es un escritor mediocre. Es más, acérquense a mi librero para mostrarles un par de ejemplares de escritores que de verdad les harían derramar lágrimas de sangre y no precisamente por su talento.

Hace tres días terminé Inferno. Pero por lo pronto no leeré nada en los próximos días, deseo hacer otras cosas, entre ellas ver el primer capítulo del anime Silver Spoon (¡se estrenó el jueves!). Por otro lado, me apetece editar y acomodar de una vez por toda la sección de fanfiction de este blog y de pilón escribir otro par de fics que de verdad quiero crear... Y el calor sigue y no se va, y probablemente no se irá. Así que ya les contaré en una semana cómo terminan mis dramas cotidianos, eh. :)

3 jul 2013

¿Quién pintó las nubes hoy?

Mami, ¿quién pintó las nubes hoy? Por desgracia me perdí la respuesta que la madre le dio al niño. Ambos pasaron por la banqueta del comercio donde trabajaba y siguieron su camino rumbo al sur. De aquel momento ya han pasado —mínimo— cuatro meses, pero ese niño jamás sabrá que el cielo ya no es el mismo desde que formuló aquella pregunta. Ahora es más puro, más artístico, más infantil… quizá más limpio. Le tomé una fotografía a aquellas nubes para inmortalizarlas; para preguntarle a alguien, algún día, quién las habrá pintado.

Imaginen por un momento que el cielo de cada día del año es el lienzo que se le entrega a un artista determinado. Vivo o muerto, poco importa, lo que importa es el arte. Cada día un artista distinto sería el encargado de pintarnos un amanecer, un atardecer y un anochecer. Quizá una pintura para cada país y así la diversidad explotaría por sí sola. Una multitud de obras maestras y efímeras que se desvanecerían al caer el ocaso y que resurgirían de las cenizas al amanecer pero con rostro distinto y mano maestra renovada. “Hoy amanecimos con un Van Gogh en el cielo” diría el pronóstico del noticiero matutino mientras Vincent sonreiría desde el tiempo y el espacio, satisfecho. Habría un Guernica en Kabul y otro más en Siria y Picasso contemplaría su obra con tristeza y melancolía, porque él sabría que aun con mil guernicas sobre la tierra, después de tantos años de aquel fatídico bombardeo, seguiríamos sin entender la sinrazón de las armas. ¿Cuántas lágrimas de sangre pintaría Frida Kahlo sobre los cielos mexicanos? Un Caravaggio adornaría las hectáreas vaticanas. El Greco pintaría nubes de esperanza sobre los atardeceres de Atenas y el Partenón brillaría con una luz más especial que la de sus mejores años. Edvard Munch crearía cientos de gritos en decenas de zonas ceros y sus ecos se escucharían por los cuatro puntos cardinales mientras evocarían los lamentos lejanos que teñirían, otra de vez, de naranja el cielo. Habría surrealismo, cubismo, barroco. Habría cielos góticos, atardeceres bizantinos. Días islámicos y medievales; renacentistas y surrealistas. Noches persas. Amaneceres románicos. Sería un mundo distinto; y entonces aprenderíamos a observar el cielo, no para imaginar si lloverá o no, sino para ver arte ahí arriba, sobre la bóveda celeste, mientras abajo continuamos con una rutina que duele. Saldríamos a la calle para ver con qué museo nos encontraremos hoy, con qué artista saldremos a pasear, con qué obra nos piensa enamorar; de qué forma la podremos descifrar. Nos ayudaría a apreciar un poco más el día, y los veranos quizá sabrían distintos. ¿A qué pintor le gustaría regar los geranios de la casa vecina? ¿A cuál le encantaría desatar una tempestad? ¿Quién limpiaría con una ráfaga de viento la plaza de la ciudad? Serían pinceles históricos sobre lienzos rotos en un mundo imperfecto que le encanta mirar pero hace tiempo olvidó cómo observar. 

Desde aquel 14 de febrero en que brotó de la mente de un niño pequeño aquella tierna pregunta salgo a la calle, miro el cielo y me pregunto con inocencia ¿quién pintó las nubes hoy? ¿A qué mano artística pertenecen esos trazos?