Probablemente
escogería La noche estrellada, de Vincent Van Gogh. Si me lo hubieran
preguntado hace varios años elegiría el Guernica
de Pablo Picasso. No sólo la hubiera
escogido como obra favorita sino que además desearía tenerla enmarcada y
colgada en mi habitación, aun a pesar del torrente de emociones que implica
mirarla. Mi objetivo era jamás olvidar el horror de la guerra, y no les miento
cuando les digo que ese cuadro en particular siempre me impactó. Desde que lo
vi por primera vez cuando era muy niña, en un libro sobre arte que descansaba
en el librero de la casa de mi abuela, una herencia no especificada que nos
dejó mi tío abuelo Mario cuando falleció, donde también aparecían varias obras de Van Gogh, entre ellas ésta que elegí.
El
Guernica de Picasso impacta de golpe por su crudeza, aun cuando no conoces la historia del bombardeo que sufrió esa ciudad 1937.
Dos de las secciones que más me afectaban era la del caballo gritando y la de
la madre sosteniendo entre sus brazos a su hijo asesinado. Pero el artista fue
bastante específico en vida respecto a la obra y cuando lo supe abandoné toda
intención de conseguir una réplica para colgarla en la pared: No, la pintura no está hecha para decorar
las habitaciones. Es un instrumento de guerra ofensivo y defensivo contra el
enemigo. Y cuán efectiva ha resultado; no hay que olvidar que en el 2003,
cuando George W. Bush ingresó a la ONU para defender su necesidad de invadir
Irak la réplica del Guernica tuvo que ser cubierta por un fondo azul para
evitar el bochornoso sentimiento de defender una causa injusta.
Pero
mientras el Guernica de Picasso no es una obra tan personal, sino que se mueve
al compás de un sentimiento y una aberración a la guerra casi universal,
reconocida y aclamada apenas al ser expuesta al público, La noche estrellada de
Van Gogh adquiere matices más íntimos y privados debido a que nunca se reconoció su talento en vida. Nadie veía lo que él veía. Los cuadros de él
reflejan la vida atormentada de un artista nunca valorado y quizá esa es la
razón de elegirla como favorita. Una pintura tan mágica y vistosa retratando
las noches de Saint-Rémy-de-Provence
no tendría problema alguno en colgar de la pared de mi habitación, brillando día
y noche por cada vez que alguien ignoró su talento mientras él vivía.
Hay un episodio de la serie británica Doctor Who en el que se redime al personaje, o más bien se le trae
al presente para que sepa que todo su trabajo sería apreciado en años
posteriores a su muerte. La trama transcurre mayoritariamente en la época del
pintor y está repleta de fantasía más que de realidad, pero en la recta final
nos encontramos en la actualidad con el Doctor (un Señor del Tiempo), su
acompañante Amy Pond y el propio Van Gogh, recorriendo una galería del Musée d'Orsay en París —que
tiene una exposición de sus obras— mientras diversos visitantes contemplan los
cuadros con atención y admiración. Y el pintor no se la creé.
Hay un momento en esta escena *casi* final en la que el
Doctor llama al conservador del museo para preguntarle qué posición ocupa Van
Gogh en la historia del arte, y éste se desvive describiendo su grandeza:
“Para mí, Van Gogh es el mejor pintor de todos los tiempos. El
más popular, el más querido. ¡Con ese magnífico dominio del color! Transformó el
dolor de su atormentada vida en una extasiada belleza. El dolor es fácil de
retratar, pero usar la pasión y el dolor para retratar el éxtasis, la alegría y
la grandeza de nuestro mundo nadie lo había hecho nunca; y pueda que nadie lo
haga jamás. Para mí, ese hombre extraño y salvaje que vagaba por los campos de
Provenza no solo fue uno de los artistas más grandes del mundo, sino también
uno de los más extraordinarios seres humanos que han existido jamás.”
Todo esto sin que el conservador sepa que Van Gogh está justo
a su lado, llorando por las palabras dichas; por el reconocimiento jamás dado
en vida. Es quizá uno de los episodios más preciosos de la serie y cualquiera que
haya estudiado —incluso superficialmente— la vida y obra de este artista difícilmente
puede mantenerse estoico ante esta escena. Eso o yo soy una sentimental
empedernida. Porque, vamos, muy en el fondo la mayoría de nosotros desearíamos regresar
al pasado traer a este hombre al presente y decirle que algún día se
levantarían edificios, escuelas, calles, avenidas y estatuas con su nombre
enmarcado en ellas; y que sus pinturas se replicarían y venderían por millones convirtiéndose
en el pilar del posimpresionismo, enseñando a observar la belleza de nuestro
entorno donde otros sólo impregnan rutina y normalidad.
Me quedo a tus pies, Van Gogh, enseñándome a mirar las noches estrelladas desde pequeña. :)