Amigo Félix de Enrique y Ana. Esta
fue una de las primeras canciones que nos enseñaron en el kínder, y había una
razón particular para ello: eran mencionados diversos animales. La maestra solía
señalar un pictograma magnético pegado al pizarrón cada vez que uno de ellos era
nombrado mientras entonábamos la canción. Era la forma que ella utilizaba para que
relacionáramos un sonido con una imagen y una palabra (debajo de cada figura
aparecía el nombre del animal en cuestión). Lo tengo demasiado presente porque fue
probablemente una de las primeras veces en las que no tuve reparo en corregir a
un maestro. Había un pictograma con un oso polar y un osito pequeño, de tal
forma que cuando la última parte del estribillo llegaba (“… quiero ir contigo a jugar un ratito con el
osito de la Osa Mayor”) la maestra lo señalaba. Le dije a ella que la Osa
Mayor no era un animal sino una constelación, un conjunto de estrellas que
podíamos ver todas las noches y que, además, no tenía forma de oso. La maestra
entonces me habló del sentido figurado y del sentido literal, no con ese
lenguaje ni con esas terminaciones, pero más o menos me explicó de forma básica
lo que yo necesitaba saber. Mi siguiente pregunta ya no tuvo nada qué ver con las
constelaciones ni con animales sino con otra incógnita que mis compañeros y yo
teníamos desde hace días y no nos atrevíamos a preguntar porque a esa edad
hablar de la muerte es un tabú muy grande: ¿Quién es Félix? Los otros niños
apostaban a que Félix, era Felix el gato, ese minino negro con blanco que se
remontaba a la época del cine mudo. Yo les decía que no podía ser así porque
el hecho de ser un dibujo animado le daba la inmortalidad que otro ser no podía
tener. Lo que sí estaba bastante seguro era que Félix debía ser un animal (¿o
por qué otro motivo los demás animales dirían que esa mañana estaba
más triste el sol?), la maestra sólo nos dijo que Félix era un amigo de los
animales que se había ido al cielo, y con eso zanjó un tema que seguiría siendo
tabú.
Dos
o tres años después de aquellos pictogramas y aquella canción me encontré
hojeando por casualidad una vieja edición de Selecciones de Reader's Digest,
una década más añeja de lo que yo era. Una revista pequeña carcomida por el polvo
y el tiempo, era de los años 80’s. De repente me topé con un artículo donde
aparecía aquella imagen de un hombre abrazando a un lobo. Y luego abrazando a
un lince. Y luego a un águila. A una nutria. A un halcón. A un búho. A un
cuervo. A un delfín. A un osezno. Su nombre era Félix Rodríguez de la Fuente, el
amigo de los animales, fallecido en un accidente aéreo en las montañas de
Alaska un par de años atrás. Era aniversario de su muerte. No armé el
rompecabezas en mi cabeza hasta llegar al final, al último párrafo, donde
mencionaban que el dúo español Enrique y Ana le habían dedicado una canción
llamada Amigo Félix, que se convirtió en todo un clásico de la música infantil… No lo podía creer: Félix había existido y no era un dibujo animado, ni
otro animal cualquiera, era una persona de carne y hueso que había dedicado su
vida a decirle a otros qué tan preciada es la existencia de esos seres que nos rodean
en la naturaleza. Aun recuerdo haber cerrado la revista, irme a mi habitación,
tirarme en la cama boca abajo y llorar. Llorar mucho por una persona a la que
jamás conocí. Cuánto habría deseado que la Osa Mayor no fuera una constelación, sino
un animal de verdad y que le permitiera a él, a Félix, jugar un ratito con su
osito en las noches más estrelladas de mi ciudad. Quizás entonces, al día siguiente, no
se sentiría tan triste el sol.
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Félix Rodríguez de la Fuente (1928-1980). |
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