No
pasó mucho tiempo para que decidieran dormir; se turnarían cada dos horas para
vigilar la entrada de la cueva. Roy Mustang se ofreció ser el primero en
custodiar aquel lugar, argumentó que no tenía sueño y que eso le serviría para
pensar en una estrategia para salir de allí.
La
primera hora de guardia la pasó en relativa calma, sólo escuchó un par de
ruidos en la oscuridad del bosque que posiblemente provenían de animales
nocturnos que se escondían entre la maleza para cazar. Aunque habían pasado
varios minutos aun no se le había ocurrido alguna estrategia para el problema que
enfrentaban. Sacó el mapa que guardó en sus bolsillos horas atrás y lo
volvió a ver con detenimiento. Nunca antes se topó con un mapa así, tan borroso, tan
superficial, tan ¿infantil? Se preguntó quién lo habría hecho. ¿Un militar?
Imposible; los detalles del terreno eran ínfimos. La tinta con la que fue
pintado estaba a punto de desaparecer y aquel pedazo de hoja amarillento
amenazaba con romperse por la mitad en cualquier momento. Pensó en aquel tipo
misterioso que aparentemente vivió en el subsuelo de Amestris casi desde su
fundación, aquel al que los extintos homúnculos llamaban Padre. ¿Qué hizo
durante todos esos años allí abajo? Jugar a las naciones, sí, pero ¿qué más?
¿Quién delimitó las fronteras de ese país? Hasta ese momento Amestris era una
nación circular, bastante peculiar a decir verdad, pero dejaría de serlo cuando
ese pedazo de bosque se anexara a Aurego. Aquel hombre misterioso, inmortal,
soñaba con más inmortalidad, tanta que estaba dispuesto a sacrificar a 50
millones por el beneficio de uno solo. Ahora que lo pensaba, King Bradley
parecía inofensivo comparado con aquel monstruo.
Black
Hayate se acercó junto a Roy, quien estaba sentado en el suelo, justo en la
entrada de la cueva, y una pequeña fogata lo calentaba.
—¿Qué
tal amigo? ¿No puedes dormir tú tampoco?
El
perro lanzó un leve gemido, como si entendiera que aquella situación era algo
delicada, Roy le acarició el lomo un momento.
—Te
entiendo Hayate. ¿La inmortalidad no te parece aburrida? —Hayate le miró
extrañado pero rápidamente se echó a un lado de él, apoyando su cabecita en la
pierna izquierda del General—¿Qué haces en medio de ese eterno aburrimiento?
¿Declararle la guerra a aquel que tenga la osadía de mirarte distinto o pintar
mapas estúpidos de bosques olvidados?
—¿Mapas
estúpidos?
Roy
reconoció que la voz detrás de él era la de la teniente Hawkeye así que no se
molestó en voltear. Sabía que si Black Hayate se había separado de su dueña era
sencillamente porque ella ya no estaba dormida.
—¿Usted
tampoco puede dormir, teniente? —Roy trató de dejar atrás el tema de los mapas.
—Ese
mapa no es estúpido, general. Fue dibujado por aborígenes de la zona. Personas
que habitaron aquí mucho antes de que aquel homúnculo tuviera la idea de soñar
con piedras filosofales y vidas eternas. Si hubo seres humanos que conocieron
el terreno de este bosque más que nadie en este mundo fueron precisamente
ellos.
—¿Y
dónde están ahora? —Roy no pudo evitar soltar una leve sonrisa al escuchar esa
pregunta tan irónica. Aquel lugar parecía no haber conocido vida humana en
mucho tiempo.
Riza
salió de la cueva mientras se abrochaba bien su chaqueta. A pesar de la fogata
que estaba tan cerca de ellos el frío allí fuera era mucho más que en el interior.
Se sentó enseguida de Black Hayate, cerca de Roy.
—Están
muertos.
A
Roy no le sorprendió escuchar aquellas palabras, pero la mueca que se dibujó en
su rostro daba a entender que no le gustó nada la respuesta.
—¿El
tipo que jugaba a las naciones los mató?
Ella
asintió.
—La
última guerra ocurrió hace 80 años, ese mapa se encontró en aquel entonces y se
archivó en un expediente militar.
—Creí
que los aborígenes que aquí vivían habían sido trasladados a Aurego —confesó el
militar.
—El
informe oficial así lo dice, y así es como se nos enseño a nosotros; pero lo
cierto es que Aurego nunca los aceptó; las fuerzas armadas argumentaron que si
Amestris quería el territorio boscoso también debía quedarse con quienes lo
habitaban. Levantaron una frontera física que separa el bosque en dos y de este
lado quedó la pequeña tribu que habitaba el bosque. El gobierno nunca quiso
hacerse cargo de ellos así que mandó una unidad de soldados para que acabaran
con sus vidas. El trabajo sucio que ellos hicieron aquí es lo que nosotros
venimos a destruir, toda la evidencia de aquella masacre. Si tal información
llega a la mano de las autoridades de Aurego ser armaría un escándalo
internacional de proporciones épicas, a pesar de que el gobierno amestriano de
aquel entonces no es el mismo de hoy.
—Qué
asco —sentenció Roy con desgana. Nunca fue partidario de esa diplomacia
basada en secretos y mentiras. Sabía que el viejo Grumman actuaba de esa manera
porque en ese momento era lo mejor para el país, aun así se le revolvía el
estómago sólo de imaginarse en el lugar de Führer y tener que mentir sobre algo
demasiado delicado como aquello—. ¿Y usted cómo sabe todo esto?
Riza
acarició la cabeza de Black Hayate que para ese momento ya estaba profundamente
dormido.
—El
Führer me lo dijo.
—¿Dónde
estaba yo cuando eso ocurrió?
Roy
le miró de una manera tan interrogativa que Riza no pudo evitar sonreír.
—Cuando
usted fue al bar de Madame Christmas y yo le dije que me encontraría con
Rebecca en el cuartel de Ciudad Central para ir a comer.
—Oh,
ya lo recuerdo.
—Cuando
llegué al cuartel me encontré con el Führer mientras arribaba al edificio, le
acompañé a su oficina y fue allí donde me comentó la verdad detrás de la
misión.
—¿Por
qué no me comentó nada a mí sobre esto? —admitía que sentía decepcionado. Siempre
pensó que Grumman confiaba tanto en él como para revelarle tales secretos, por
muy oscuros que estos fueran.
—Porque
sabía que no aceptaría —agregó ella seriamente.
Era
verdad, Grumman lo conocía bastante bien, lo suficiente como para saber que un encubrimiento
tan vergonzoso como aquel no era motivo de orgullo y mucho menos de mérito; que
era lo que él pretendía ganar con aquella misión.
—Le
diré algo, teniente —Roy bajó la mirada para ver una vez más aquel antiguo
mapa. Ahora lo miraba de manera diferente, quizá con un poco de lástima—. No
tengo la menor idea de cómo solucionar este problema.
Riza
no dijo nada, él tampoco esperaba una respuesta, sólo quería que ella lo
supiera. Aunque seguramente ya lo intuía. Un par de minutos después Riza sacó
algo del bolsillo de su chaqueta y se lo extendió a Roy; era una brújula.
—¿Dónde
consiguió esto? —ella no respondió pero sacó un papel que tenía guardado en el
otro bolsillo; él lo miró con curiosidad mientras lo desdoblaba— ¿Un mapa?
—Después
de que terminé de hablar con el Führer me encontré con Falman, Fuery, Havoc y
Breda, acababan de llegar a Ciudad Central y dejaron sus cosas en una oficina
desocupada antes de ir a comer un poco. Pude ver que, más allá de lo
indispensable, no llevaban el material que ocuparíamos en la misión. Tomé un
mapa de la biblioteca y le pedí a Rebecca que consiguiera una brújula...
—¿Ella
sabe de la brújula?
—Así
es.
—¡¿Y
un así me amenazó con levantar un reporte por haberla extraviado en medio del
bosque?!
La
teniente Hawkeye sonrió.
—Supongo
que sólo lo estaba asustando, general.
Roy
Mustang ahora miraba ambos mapas, el antiguo y el moderno. No importa en qué
dirección lo girara, el primero parecía no tener pies ni cabeza. Eran
totalmente destinitos. El segundo, por el contrario tenía perfectamente
distinguible cada región del bosque y todo estupendamente marcado. Ni siquiera
le tomó dos minutos descubrí en qué lugar se encontraban, pues la cueva también
aparecía en el nuevo mapa.
—Usted
siempre tuvo la solución y yo me tuve que tragar historias fantasmales y los
ataques de pánico de Fuery —deseaba sonar molesto pero el alivio que sintió de ver
aquellas dos cosas se lo impidió.
—No
me dirá que no se divirtió escuchando aquellos relatos.
—Fueron
divertidos, sí. Aunque lo que en verdad dio miedo fue ver a Fuery a punto de
ahorcar a Black Hayate con esos abrazos.
Ella
sonrió ante aquel comentario mientras Black Hayate dormía plácidamente, ajeno
por completo a brújulas, mapas y extravíos.
—¿Quedan
aun malvaviscos?
—Creo
que el sargento Breda aun tiene algunos.
—Siempre
soñé con acampar en un bosque.
Riza
lo miró extrañado, a decir verdad Roy Mustang era de los tipos que jamás
abandonaría una ciudad ni siquiera para pasar un par de días vacacionando en el
campo.
—¿Está
hablando en serio, general?
—Por
supuesto, pero nunca hubo nadie que me acompañara. De pequeño imaginaba quemar
malvaviscos alrededor de una fogata mientras contaba historias macabras de
fantasmas y apariciones.
—Hace
unas horas no parecía muy divertido, señor.
—Porque
en aquel entonces creía, Teniente, y cuando uno crece deja de creer en esas
cosas y soñar con esas pequeñeces —él mismo odiaba aquel tono nostálgico que le
invadía en ocasiones como aquella—. De todos modos gracias.
—¿Por
qué?
—Por
no entregarme el mapa y la brújula esta misma tarde. Creo que hemos pasado un
tiempo agradable a pesar del frío.
—No
es nada, general. Yo también lo pienso.
…...
El
Führer Grumman nunca supo de aquel extravío. Al día siguiente lograron llegar
sin dificultar al búnker que contenía los archivos secretos que tanto estuvieron buscando. No hubo necesidad de quemar nada, el tiempo ya había pasado
factura a aquel rastro de humanidad que estaba en medio del bosque. Las hojas
estaban hechas añicos debido a lo húmedo del ambiente y a la falta de mantenimiento
del recinto. Sólo las municiones oxidadas que se apañaban olvidas en una
esquina se negaban a desaparecer. No valía la pena destruir aquello, no existía evidencia alguna de lo que el ejército de Amestris hizo 80 años atrás y Roy
Mustang dudaba bastante que un día alguna unidad del ejército de Aurego
decidiera ingresar a tan recóndita profundidad del bosque.
Antes
del anochecer ya todos se encontraban en un hotel de South City, disfrutando de
la comodidad de sábanas limpias, el calor de una chimenea y agua potable.
El
tratado de paz con Aurego se firmó sin contratiempo alguno y Grumman estaba tan
feliz por el resultado que entre broma y broma trataba de convencer al general
Mustang de tomar otra misión mucho más ambiciosa que la anterior: adentrarse a
las minas olvidadas del Oeste, 500 metros por debajo de la superficie terrestre
y recuperar otros archivos militares para así poder vender aquel pedazo de
tierra a un prolífico empresario de la zona. Pero Roy se negó amablemente una y
otra vez hasta que el anciano por fin dejó de insistir. El alquimista no quería
saber más de historias de terror y bunkers subterráneos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Gracias por dejar tu comentario! :)