Era verdad, en el ejército les habían
enseñado de una manera magistral cómo sobrevivir perdidos en medio de un
bosque. Antes de que el sol se ocultara lograron encontrar refugio en una cueva
bastante amplia y se pudieron escapar de la fuerte lluvia que empezó a caer en
aquel instante. Afortunadamente Breda traía bastante comida en su mochila,
ninguna de ella nutritiva, pero serviría para quitarles el hambre las próximas
horas.
—Miren chicos —gritó Havoc con cierta
felicidad— Breda trae malvaviscos, chocolates y galletas. Podríamos hacer
sándwich de chocolate mientras contamos historias de terror alrededor de la
fogata.
—¡NO! —las voces de Kain Fuery y Vato
Falman resonaron hasta lo más recóndito de la cueva.
—¿Por qué no? —exclamó Rebecca mientras le
quitaba la bolsa de malvaviscos a Havoc—. Es divertido.
—¡Claro que no lo es! —gruñó Falman
visiblemente nervioso—. Es terrorífico, espelúznate y de mal gusto.
—Sobre todo cuando estamos perdidos en
medio de un tenebroso bosque —afirmó Fuery hecho un ovillo mientras abrazaba a
Black Hayate—. ¿Verdad que sí, general?
Roy Mustang parecía no prestar atención al
bullicio de sus subordinados y miraba casi hipnotizado las llamas que consumían
lentamente los troncos que recolectaron minutos atrás. Fue Breda, sentado a su
lado quien le golpeó levemente en el hombro para sacarlo de sus pensamientos.
—Eh, realmente creo que es muy buena idea.
El horror en los rostros de Fuery y Falman
se intensificó.
—No pasará nada malo, chicos —les
tranquilizó Riza—. Son sólo historias. Probablemente falsas o mal interpretadas
la mayoría de ellas.
—Sobre todo porque los fantasmas no existen
—prosiguió Roy.
—¡Claro que existen, jefe! Pero usted no
cree en ellos porque nunca los ha visto —atajó Havoc con seriedad.
—¿Alguna prueba irrefutable de que existen, teniente?
—¿Alguna prueba irrefutable de que no
existen, general?
—¿Cómo demonios te voy a dar una prueba de
algo que no existe? Es el creyente quien debe demostrar la existencia de
aquello en lo que creé.
Havoc se quedó dudativo un momento mirando
la fogata. A su lado derecho estaba Rebecca, luego Fuery y Black Hayate,
después Falman, enseguida de él Breda, Roy y finalmente Riza. Tomó un largo
palillo de madera que anteriormente había mojado y le quitó un malvavisco a la
bolsa que Rebecca mantenía en su regazo.
—Ocurrió hace bastantes años; creo que yo
tenía 4 ó 5 años y acompañaba a mi hermano mayor de 8 a pastorear un rebaño de
ovejas de la granja de mis abuelos —Havoc clavó el malvavisco en el palillo y
lo extendió al fuego moviéndolo ocasionalmente para evitar que se quemara—. Ese
día se nos hizo tarde.
—¡Y se perdieron en medio del bosque!
—clamó desesperado Fuery— ¡Eso es tan triste!
—Fuery, está hablando de una granja del
Este, allí no hay bosque alguno —bramó Breda llevándose una galleta a la boca.
—¿Puedo continuar?
Ambos soldados asintieron con la cabeza. El
resto se mantenía en un inquietante silencio.
—Bien, aun no oscurecía, eran quizá las 5 ó
6 de la tarde. Recuerdo que era otoño y el clima empezaba a refrescar. Después
de dejar a las ovejas en la granja de mi abuelo mi hermano y yo nos dirigimos a
nuestra casa que quedaba a unos quince minutos de la granja, cerca de la
entrada del pueblo. Para llegar hasta allá siempre pasábamos por un pequeño
canal que los agricultores solían utilizar para regar los sembradíos. Caminamos
unos 10 minutos sin novedad alguna, platicando de las últimas travesuras hechas
en la escuela, hasta que de repente la vimos: una niña, o algo semejante a eso,
arrodilla a la orilla del canal. Nosotros la veíamos de espalda pero hacía un
movimiento con sus manos, como si se estuviera echando agua en la cara, o
tierra; pero en realidad sus manos estaban vacías, limpias. O por lo menos eso
era lo que nosotros creíamos. Estábamos parados a unos 15 metros de ella así
que decidimos acercarnos. Pensamos que quizá era de un pueblo cercano y que por
alguna razón se había perdido.
—¡TENGO MIEDO! —el desesperado llanto de
Fuery parecía bastante genuino pero Falman sólo se limitó a darle un par de
palmaditas en la cabeza para que se tranquilizara. El resto escuchaba con
atención.
—Mi hermano iba frente a mí, yo me escondía
tras él porque, aunque no sabíamos quién era esa niña, sentíamos algo en el
ambiente que nos hacía temer. Teníamos frío pero no sabíamos si era por el
mismo nerviosismo o porque en verdad la temperatura descendió en ese
instante. Recuerdo escuchar a mi hermano preguntarle a la niña cuál era su
nombre, pero ella no contestó. La nena parecía tararear una canción, una
musiquilla que me recordaba a un viejo tema infantil. Nos acercamos más pero la
niña no parecía inquietada por nuestra presencia, se limitaba a ignorarnos y a
emitir ese sonido, un par de notas que se repetían hasta el cansancio. Cuando
estábamos más cerca mi hermano le preguntó si estaba perdida, pero nuevamente
nos ignoró.
Las llamas de la fogata bailaron cuando una
ráfaga de aire frío entró a la cueva y Kain Fuery apretujó tanto a Black Hayate
que el canino lanzó un leve gemido de incomodidad. Havoc continuó:
—Mi hermano se armó de valor y caminó
varios pasos más que yo, pues llegué a un punto en que ya no me apetecía
acercarme más…
—¿Por qué tanto miedo de acercarse? ¡Era
sólo una niña! —prorrumpió Rebecca.
Havoc le dirigió una serena mirada antes de
continuar.
—En el pueblo existía una leyenda sobre
tres niñas que desaparecieron poco después de que el canal fuera construido.
Nadie supo nunca cómo desaparecieron o quién se las llevó pero una de ellas fue
encontrada muerta en la parcela de un vecino, la otra apareció en medio del
camino que conduce a la ciudad y el cuerpo de la tercera fue encontrada a
orillas de ese canal, aproximadamente en la misma dirección donde nos
encontrábamos nosotros. Siempre se les decía a los niños que ya no saliéramos
al campo después que se ocultara el sol pues las almas de esas pequeñas se
aparecían a todo aquel que saliera a deshoras.
—Oh, ahora entiendo.
—Como la niña no le respondía, mi hermano
decidió tocarle el hombro para ver si así reaccionaba y fue en momento cuando
la musiquilla cesó y los brazos de la pequeña se quedaron quietos. No supimos
cómo reaccionar ante eso, mi hermano retrocedió un poco y yo me limité a imitarlo;
entonces la niña empezó a girar su cabeza lentamente hacia nosotros, recuerdo
que aquel movimiento resultó hipnótico, casi paralizante. Yo y mi hermano nos
quedamos viendo aquel cuerpo hasta que nos encaró, el problema era eso, que la
niña no tenía cara…
Fuery lanzó un lamento ahogado y se cubrió
la cabeza con la mochila y el pelaje de Black Hayate. Rebecca y Breda estaban
por agotar todos los malvaviscos de las bolsas que llevaban y miraban sin
parpadear a Havoc, mientras Falman trataba de mantener una compostura que por
momentos se veía mermada. Riza y Roy, por su parte, no parecían sentirse
afectados por el relato, como si las palabras del teniente no lograran siquiera
provocar un leve terror en ellos. A Havoc no le molestaba la actitud de ambos,
de hecho les admiraba, él sabía que un veterano de guerra rara vez se asusta
por cosas tan ridículas como una vivencia terrorífica de la infancia. Aun así,
el general y su asistente escuchaban con atención el relato, que a decir
verdad, les parecía bastante interesante.
—¿A qué demonios te refieres con que no
tenía cara, Havoc? —musitó Breda dejando de lado la bolsa de malvaviscos y
sacando una barra de chocolate del bolsillo.
—¡No la tenía! Su rostro era un hueco
negro, como sombra. Sólo su cabello castaño le caía en la frente, pero no tenía
ojos, nariz ni boca. Nada.
—¡Esto es horrendo! —chillo de nueva cuenta
Fuery.
—¡Claro que lo es! —respondió Havoc.
—¿Y qué hicieron? —la voz de Falman sonó
apagada.
—Corrimos. Rápido, sin mirar atrás.
Llegamos muy asustados y mi madre lo notó pero no le dijimos nada para no
preocuparla. Al día siguiente conversamos con mi abuelo sobre lo ocurrido y el
mencionó que probablemente era el alma en pena de la niña que fue encontrada en el canal décadas atrás. De hecho insistió que él la vio varias ocasiones en el pasado pero jamás se detuvo a hablar con ella. Nunca
más volvimos a regresar al pueblo tan tarde. Cuando anochecía y el trabajo aun
no estaba terminado nos quedábamos a dormir en la granja hasta el día
siguiente. Jamás volvimos a ver a esa niña.
—¿Ya creé en los fantasmas, general? —Breda
miró a su superior sombríamente. La historia que acaba de contar Havoc le dejó con algo de temor.
—Puede ser un falso recuerdo —murmuró Roy.
—¡Por favor, jefe! ¡Eso no era un recuerdo
falso, lo recuerdo vívidamente, mi hermano y yo lo hemos contado tantas veces
que es como si hubiera ocurrido hace un par de semanas!
—Por esa simple razón, teniente —agregó el
alquimista—. Esa experiencia seguramente la contó primero su hermano, al ser el
mayor de los dos, antes de que usted se la contara a los demás. La edad que
tenía en aquel entonces le pudo jugar una mala pasada.
—¿A qué se refiere? —atajó Breda incrédulo.
—A esa edad la mente de los niños tiende a
ser manipulable. Pueda que ese pensamiento haya tomado forma en esta terrible
historia de terror porque su hermano la contó tantas y tantas veces que en su
mente se fue creando un recuerdo artificial o exagerado de aquella experiencia.
—¿Quiere decir que todo mi pensamiento es
una vil mentira? —la decepción de Havoc era evidente.
—No precisamente. Pueda que hayan visto a
una niña, pueda incluso que su rostro no fuera visible, ya sea por la escasa iluminación
o por otro factor físico, pero como ustedes ya conocían la leyenda de aquellas
desapariciones infantiles tal vez su hermano 'quiso' ver ese fantasma y da
tanto relatarlo a los demás usted terminó por recordar vívidamente aquel evento
sobrenatural que tuvieron, aunque gran parte de él sea pura imaginación.
Havoc negó decididamente con la cabeza.
—Mantengo mi postura, ¡yo vi a esa niña y
no tenía rostro! Pero dejemos aquel recuerdo a un lado —el teniente rebuscó en
la mochila de Breda para sacar una bolsa de frituras—. ¿Quién cuenta otra
historia tétrica?
—¡No más historias tétricas, por favor!
—Fuery la estaba pasando fatal y el resto, a excepción de Falman, parecían
ignorarlo.
—Qué tal tú Breda ¿conoces alguna historia
así?
—Más allá de la que tuvimos en el 'Almacén
13', afortunadamente no —señaló.
Todos en la cueva, e incluso Rebecca,
conocía la famosa historia que protagonizaron Mustang y sus muchachos cuando
confundieron el almacén 13 con el almacén B y que tenía como protagonista al
mismísimo Black Hayate. El relato era tan vergonzoso que nadie lo contaba,
excepto Hawkeye quien quedó al margen de aquella misión y fue ella quien tiempo
después se lo comentó a su mejor amiga. Havoc pasó rápidamente de él:
—¿Fuery?
El joven soldado negó rápidamente con la
cabeza.
—Yo tampoco —se apresuró a responder
Falman—. Afortunadamente nunca he tenido que lidiar con personas muertas… o
semimuertas… o ficticiamente muertas.
—¿Rebecca?
—¡Yo sí! —atajo entusiasmada la francotiradora.
A Fuery se le encogió el corazón con
aquellas palabras y se apretujo de nueva cuenta con la mascota de Hawkeye
dejando salir un leve soplido de pánico.
—Pues vamos, cuenta.
Rebecca tomó un sorbo de agua antes de
empezar a narrar. Todos escuchaban con atención.
—Probablemente la oscuridad y mi miedo me
jugaron una mala pasada, así que tal vez todo fue parte de mi imaginación.
Ocurrió cuando tenía 10 años, en la noche. Mi casa quedaba a las orillas de
Ciudad Central y mi escuela también; por las noches las calles no estaban tan
iluminadas como en el centro, y después de que oscurecía rara vez se veía gente
en la calle. No era peligroso que los niños caminaran solos por aquellos
lugares, pero casi todos siempre iban acompañados de alguien más cuando
llegaban a salir. Aquella noche mis padres salieron a cenar con unos
amigos, mientras yo y mi abuela nos quedamos solas en casa. A la hora
de cenar mi abuela notó que faltaba leche en la nevera así que me pidió de
favor que fuera a la tienda a traer más. La tienda más cercana quedaba a dos
manzanas de donde yo vivía y para llegar hasta ella tenía que pasar por mi
propio colegio.
—¡Los colegios de noche dan miedo! —gritó
Fuery.
—Sí que lo dan —agregó Rebecca, dándole la
razón al asustado muchacho—. Mi escuela era bastante antigua aunque estaba en
buen estado; aun así de noche daba bastante miedo, pero en aquella época daba
más miedo aun. Resulta que un par de días atrás había muerto una de las
maestras dentro del colegio, frente a sus alumnos. Tuvo un infarto y falleció
casi al instante. Mis compañeros y yo sólo vimos cuando sacaron el cadáver en
una camilla cubierto por una manta. Así que, aquel día, mientras iba rumbo a la
tienda recordé a la maestra y la forma en la que murió; sentí algo de lástima
por ella. Ya era anciana, su esposo murió un par de años atrás y desde
aquel día ella siempre se vistió de negro. En fin, cuando empecé a caminar
sobre la banqueta de la escuela algo me llamó la atención, era el sonido de
unos pasos detrás de mí, algo distantes pero perfectamente distinguibles. Giré
mi cabeza rápidamente pero no vi nada, solamente un auto pasó de calle a calle.
Miré de nueva cuenta de frente; desde allí se veía la fachada de una hilera de
salones, oscuros todos ellos, pero que debido a que tenían las ventanas
abiertas la iluminación de la luna les ofrecía una tenue luz. No vi nada más
allá de los rayos de la luna que pegaban en la pizarra del primer salón, el mismo
donde la maestra murió. Seguí mi camino, pero un par de metros después
aquel sonido volvió. Eran como pies arrastrándose por el pavimento. Un sonido
inconfundible. Me detuve y el sonido siguió, volteé otra vez y fue entonces
cuando dejó de escucharse. Me dio tanto miedo que decidí correr hasta la tienda
sin volver la vista atrás.
—¿Pero nunca viste nada? —preguntó con
curiosidad Riza.
—¡Espera, lo mejor apenas viene! —le
contestó Rebecca—. Al regresar de la tienda caminé de nueva cuenta por la
orilla exterior del colegio pero esta vez decidí mirar al piso y andar de prisa
para evitar escuchar aquel misterioso sonido. No sirvió de mucho, avancé un par
de metros y aquel curioso ruido regresó, esta vez lo escuché mucho más cerca,
como si 'eso' caminara justo detrás de mí, pero no voltee; me contuve y
continué caminando. Al ver que el sonido no cesaba sino que más bien se
intensificaba me giré para encara aquello pero no era nada. Fue cuando desvié
mi vista hacía los salones que se veían desde afuera. Fue un reflejo
instintivo, en realidad no quería hacerlo, pero cuando clavé mi mirada en aquel
salón, el que quedaba más cerca de la calle, vi aquella silueta espectral y me
paralicé al instante. La tenue luz de la Luna que entraba por el ventanal ya no
impactaba en la pizarra, sino en algo negro, un bulto oscuro que desde esa
distancia parecía ser una persona de espalda, como si estuviera escribiendo
algo.
—¿Y era la maestra? —agregó tímidamente
Falman.
—No tengo ni idea. Vi aquella silueta y no
sé cuánto tiempo me costó recobrarme. Sé que fue una vecina al otro lado de la
calle quién me sacó de mis pensamientos, me gritó que mi abuela estaba
preocupada porque ya me estaba tardado mucho; para cuando volteé de nueva cuenta
al aula de la escuela vi cómo la luz que entraba por la ventana volvía a
impactar en la pizarra. Era lo único que necesitaba para salir huyendo de allí.
Nunca se lo comenté a nadie porque, como dije anteriormente, probablemente era
sólo producto de mi imaginación y aquellas sombra fue producida por algo
material, no lo sé. Jamás supe de dónde provenía aquel sonido y nunca quise
detenerme a pensar mucho en eso por el mismo miedo que me provocó la
experiencia.
Fuery a esas alturas estaba ya demasiado
pálido. Si Black Hayate no estuviera dormido entre sus piernas se notaría como
éstas le temblaban nerviosamente.
—¿Y qué tal tú, Riza? —preguntó Rebecca
dejando rápidamente en el pasado la afligida voz con la que narró su
experiencia— ¿Has vivido alguna historia así de macabra?
La teniente Hawkeye no esperaba aquella
pregunta, ni siquiera tenía intenciones de participar, pero al ver que todos la
miraban con atención decidió indagar en su infancia para ver qué recuerdos
encontraba. Recordó uno que podía llegar a asustar a los presentes (a excepción
de su jefe, el siempre escéptico Roy Mustang).
—Creo que sí —admitió la francotiradora—
aunque podría resultar decepcionante.
—¡No importa, cuenta! —le apuró Havoc.
—Nos mudamos del pueblo a la ciudad poco
después que mi madre falleció, cuando yo tenía 5 años de edad. La nueva casa
era bastante grande para mi padre y para mí, y se veía algo deteriorada. A mí
me daba algo de miedo sobre todo porque no entraba mucha luz natural, casi
siempre estaba oscura, pero a mi padre parecía no importarle demasiado. Hizo un
par de reparaciones, principalmente en el área donde él trabajaría pero el
resto de la casa quedó casi tal y como estaba cuando llegamos. Un par de
semanas después de nuestra mudanza estaba en mi habitación cuando escuché el
grito de la mujer que limpiaba nuestra casa. Ella estaba en la cocina, acababa
de regresar del centro y traía en sus manos dos bolsas, otra más se le había
escapado de los brazos y ahora reposaba en el piso. Cuando bajé le pregunté qué estaba pasado y ella señaló temblorosa el área de la alacena. La alacena no
tenía nada en especial pero el piso y la mesa sí. Huellas infantiles, los pies
descalzos de lo que parecían ser niños, niños pequeños, más o menos de la misma
edad. Huellas que aparecían tanto en el suelo como en la mesa en incluso en la
pared. Unas de las más pequeñas se perdían entre el piso y la madera del mueble
como si ese ser hubiera desaparecido justo cuando cruzaba de
una estancia a otra. Le comentamos a mi padre lo que ocurrió e incluso
le llamamos para que viera aquellas huellas pero él insistió en que aquello no
eran huellas sino simple suciedad que tomaban la forma de pies infantiles...
—¿Y nunca descubrieron qué era? —le
cuestionó Havoc.
—De hecho sí, pero ocurrió seis meses
después y fue precisamente mi padre quien lo descubrió. Después de aquel primer
día las huellas volvieron aparecer varias semanas después; en aquella ocasión
sólo las vi yo, cerca de la chimenea. Como sabía que mi padre no me creería no
le dije nada. La tercera ocasión él sí tuvo la oportunidad de verlas, esta vez
en el pasillo que condecía de la sala a la cocina. Y la última vez fue cuando
descubrió de quiénes eran…
—¿No era un fantasma? —preguntó aliviado
Fuery.
—Claro que no, sargento. Eran niños.
—¿Niños? —vociferaron al unísono, Rebecca,
Falman y Havoc.
—Niños de carne y hueso, vivos. Muy vivos.
—¿Y qué hacían dentro de su casa?
—Buscaban comida y objetos de valor. Mi
padre incluso llamó a la policía. No se asustó cuando los encontró; pero sí se
molestó bastante. Eran niños de escasos recursos, niños huérfanos que vivían en
la calle después de huir de la guerra que se peleaba en el Oeste. Sólo luchaban por
sobrevivir.
—¿Les robaron algo de valor?
—No. No teníamos muchas cosas materiales de
valor en esa casa. La mayoría de esas cosas valiosas las dejamos en la casa que
teníamos en el campo. Si existía algo valioso en aquel viejo lugar era únicamente
la alquimia de mi padre. No teníamos nada con tanto valor como
aquello.
—Menos mal —Fuery se notó más calmado, lo
suficiente para soltar a Black Hayate y permitirle llegar hasta su dueña.
Riza miró a Roy Mustang, quien escuchó
atento las tres historias sin despejar apenas la vista de la fogata que
rodeaban todos.
—¿Qué hay de usted, general?
Las palabras de ella lo sacaron del
letargo, levantó la mirada para encararla y se notó algo confundido.
—¿Yo qué?
—¿Alguna historia en particular que quiera
contar?
—El jefe es un escéptico declarado, teniente —se adelantó Havoc—. Obviamente él nunca ha vivido nada sobrenatural o
algo remotamente parecido a eso, ¿verdad, jefe?
—De hecho sí —argumentó seriamente Roy lo
que provocó el asombro de los presentes—. Ocurrió también cuando era un niño.
—¿Eso significa que no siempre fue
escéptico? —Havoc se notaba bastante admirado de su superior.
—Claro que no, Havoc —confesó el militar—.
De pequeño incluso creía que la Luna era de queso y que había un conejo
atrapado en ella.
Havoc soltó una risilla burlona. No creí
que alguna vez el, siempre científicamente incorruptible Roy Mustang, hubiera
creído en duendes y unicornios.
—¡Cuente su historia, general! —le apuró
Rebecca—. Si es bastante buena y terrorífica olvide el reporte de extravío que
le iba a mandar al viejo Grumman en cuanto llegáramos a Central.
Roy trató de procesar el pedido de Rebecca
antes de comenzar su narración.
—Mi tía decidió comprar una casa en Ciudad
Central justo después de mi séptimo cumpleaños. Anteriormente estuvimos
viviendo en el segundo piso del local donde ella tenía su bar, pero sabía que
era demasiado pequeño para todos, pues allí también se asistían las chicas que
trabajan con ella. La nueva casa estaba enseguida de su comercio; el inquilino
que allí vivía falleció sin ningún familiar al que le pudiera dejar la casa y
el gobierno decidió ponerla en venta. Mi tía se contactó con Grumman para que
movieras sus influencias y poderla conseguir a un precio mucho menor del que la
casa valía. Era bastante grande. Dos pisos, más el ático. Tardé bastante en
acostumbrarme a ella, me daba algo de miedo; usualmente mi tía trabaja hasta
muy tarde y me dejaba al cuidado de alguna de las chicas. La mayor parte de los
días me dormía alrededor de las 10 de la noche y ya no despertaba hasta al
amanecer… pero una noche fue diferente. Tuve una pesadilla y me desperté
alrededor de las dos de la madrugada. La casa estaba bastante oscura, mi tía
aun no cerraba el bar y la única persona en la segunda planta, además de mí,
era Ana, quien tenía el día libre. Yo bajé por un poco de agua y cuando
me dispuse a volver a dormir algo llamó mi atención. Un sonido que venía del
techo, pequeñas pisadas que parecían provenir del ático. Me asusté tanto que
corrí a la habitación de Ana y la desperté para que me ayudara a descubrir qué
era ese sonido… después me arrepentí de haberlo hecho. Ana tenía mucho más
miedo que yo y gritaba por cada pequeñez que empecé a dudar si ella podría
ayudarme a encontrar aquello que provocaba aquel ruido o a espantarlo. Subimos,
pero como estaba muy oscuro no vimos nada, ni tampoco escuchamos mucho. Ella me
dijo que probablemente era una rata y yo le creí. Aquella noche ya no volví a
escuchar nada raro pero una semana después la historia se repitió, esta vez fue
peor. No sólo era el sonido de unos pasos sino también parecía ser que alguien
botaba una pelota. Esa noche Ana también descansó. Subimos dos veces al ático
pero no tuvimos éxito, eran alrededor de las 3 de la madrugada cuando nos fuimos
a dormir. A las 4 algo me despertó… el llanto de un niño. Era claramente el
llanto de un niño pequeño y el sonido parecía venir de arriba, justo encima de
mi habitación. Para esas horas de la noche mi tía ya había cerrado su local y
se disponía a ir a dormir. Ana y yo le contamos lo sucedido y ella no nos
creyó, insistía en que era producto de nuestra imaginación y del hecho de pasar
todas las tardes libres viendo películas de terror en el cine de la ciudad,
pero justo cuando ella decía eso el llanto se volvió a escuchar. Fue entonces
cuando nos dijo algo como: "¡Y si escuchan a un niño llorando en el ático
¿por qué demonios no van a ayudarle en lugar de quedarse sentados tapándose con
una sábana y temblando de miedo?"; claro, esa era su forma cariñosa para
decir: "Niños, no hay nada a qué temer". Así que se dirigió al ático
y nosotros fuimos detrás de ella…
—¡QUÉ MUJER TAN VALEROSA! —chilló Fuery
mientras se aferraba a su mochila después de que Black Hayate lo abandonara.
—Era una mujer adulta, Fuery. Sabía que
encontrar a un bebé vivo llorando en el ático era más lógico que en encontrar
al fantasma merodeando por el lugar —le contestó su superior—. Pero no era un
niño… era un gato.
—¿Un gato? —incluso Breda se sentía
decepcionado.
—Sí, un gato. Atigrado y juguetón. Cuando
mi tía abrió la puerta del ático no vimos nada pero de repente el gato saltó de
un par de cajas arrumbadas en la esquina. Reconocía a mi tía y mi tía lo
reconoció a él. Era el gato de la vecina, una amable anciana que solía regalarme
chocolates cada vez que me veía. Yo no sabía que tenía gatos, si lo hubiera
sabido habría intuido que era de ella.
—Pero… pero… ¿y el sonido de la pelota? ¿Un
gato puede hacer eso? —cuestionó inconforme el teniente Havoc.
—De hecho sí. Era una pelota pequeña, al
parecer la tomaba con su hocico y después la dejaba caer. Eso era lo que
provocaba el sonido.
—¿Y ese llanto infantil, general? —Fuery
aun se notaba nervioso e incrédulo ante la respuesta que Roy les dio.
—El gato estaba en celo —atajó Roy—.
Algunos gatos cuando están en celo emiten un sonido parecido al de un niño
pequeño llorando.
—Eso es algo decepcionante —respondió Havoc
mientras se levantaba del suelo.
—¿Esperabas a un fantasma de verdad? —Breda
también se puso de pie.
—Pues sí, así el jefe tendría una razón
para creer en los fantasmas.
—¿Ven un patrón común en nuestras
historias? —les interrumpió Roy, quien aun estaba sentado mirando
nuevamente el fuego. Todos se quedaron en silencio. El joven general no desvió su mirada de la fogata para responder— Todos éramos niños, con una mentalidad tan
abierta que podríamos creer en flores habladoras y en seres mitológicos. Cuando
uno es niño no necesita pruebas irrefutables para creer en algo, sólo creé
porque siente la necesidad de creer. Creímos en fantasmas porque nos decían que
existían, así como en el hada de los dientes o en los duendes; y la mente nos
traicionaba cuando veíamos un par de ramas movidas por el viento o las pisadas
de un gato en el piso del ático. Era más fácil creer en algo sobrenatural que
en la respuesta más lógica, no sólo porque teníamos fe en aquella existencia
tan mística sino porque queríamos creer en ella.
Nadie negó que el alquimista tuviera razón.
Su respuesta no sólo era lógica sino verdadera y, en aquella ocasión, bastante
justificada. Fuery recobró su color natural y Rebecca prometió no decir nada al
Führer si el general era capaz de encontrar una solución al problema de su
extravío en el transcurso de la noche.
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