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Esta es una de esas entradas que escribo para satisfacerme a mí y no necesariamente satisfacer al lector del otro lado de la pantalla. Quizá sea una entrada larga, monótona, un poco depresiva (y lo intentaré, ya al final optimista).
He estado pensando desde hace un par de días una realidad palpable y que, hasta cierto punto había pasado desapercibida para mí, quizá demasiado obvio para los demás. Lo cierto es que he concluido que toda me vida la he vivido con miedo. Miedo a todo y a todos. Un miedo irreal, pero tangible y verdadero.
No sé cuándo comenzó ni en qué momento ya no se fue, porque yo siento que siempre ha estado allí, sentándose a mi lado en la rutina diaria, acostándose en mi cama las noches de insomnios desde mi infancia.
Quizá la gente piensa que es normal tener un poco de miedo pero lo mío roza en lo ridículo:
Recuerdo cuando era pequeña y mis padres salían fuera por un par de horas, desde el momento en que los veía salir por la cochera para mí ya estaban muertos. Morían trágicamente en un accidente automovilístico o un secuestrador se aprovechaba de ellos y se los llevaba. Duraba minutos enteros mirando por la ventana esperando, nerviosa, a que ellos llegaran a casa.
Durante muchos años dormir era para mí una verdadera pesadilla, mi miedo era un horrible sentimiento de ansiedad y desesperación. Pensaba que una vez que me durmiera ya no volvería a despertar jamás y moriría.
Le tenía miedo a la oscuridad y también a mi propia respiración, de repente “sentía” que no me alcanzaba el aire y el corazón me latía a mil por hora (como un ataque de ansiedad).
Le tenía miedo a todas las enfermedades y sentía los síntomas de cada una de ellas, ataques de hipocondría que aparecían justamente cada vez que terminaba de leer algún Diccionario Médico Familiar.
Miedo a que el sol se ocultara y ya no volviera a brillar. Miedo a que las estrellas fugaces nos cayeran encima. Miedo a los doctores. A los hospitales. A los maestros. A los amigos.
A partir de los 8 años tuve miedo de aceptar un juego amistoso con mis nuevos compañeros de clases porque quizá no cumpliría con sus expectativas. Aun puedo ver esas miradas que me dirigían aquella primera vez que me presenté frente al salón de mi nueva escuela. No levantaba la mano en clases por temor a que mi respuesta fuera equivocada y mis compañeros se burlaran de mí como lo hacían con los demás. Miedo de cuidar la tiendita escolar, por miedo a que me acusaran de robo.
¿Cuál fue mi problema con todo esto? Que nunca lo dije. No lo mencionaba. Me tragué mi miedo por mi propio orgullo y poco a poco fui creyendo en que tenía que aprender a vivir con él y que nunca se iría. Que sería parte de mí para siempre.
Miedo a que mis mascotas se enfermaran, a que el dinero de mi papá no nos alcanzara al fin de mes, a una discusión familiar, a una navidad sin regalos, a un regaño, a una decepción.
Conforme pasaban los años algunos miedos desaparecían sólo para dar paso a otros nuevos. Palabras como: “Asocial”, “Trastornos de ansiedad” o “Depresión” tenían cada vez más sentido en mi vida, y aun así los seguí callando porque algo en el fondo de mí me decía que yo sola podría superarlos.
Uno de mis mayores miedos era el miedo a fallar. Fallarles a mis padres, a mi familia, a la sociedad. Tenía miedo de fallarme a mí. De perder batallas que creía ganadas en mis propios sueños, ingenuos, la mayoría de ellos, pero sueños al fin y al cabo. Olvidándome en el proceso de que en la vida también se necesita fallar para poder crecer y aprender. Hasta los pintores se equivocan en sus lienzos. Borran y trazan líneas nuevas para pintar una nueva obra maestra. Inmortal y perfecta, para legarle a la humanidad un pedacito de lo que ellos fueron.
Resulta que muchas veces de mi vida confundí “depresión” con “tristeza” y compraba la alegría momentánea con la revista mensual del kiosco de la esquina, en las frituras y la coca-cola de la tiendita de al lado o en el libro de $20 que me ofrecían en el centro comercial. Pero cuando la revista llegaba a su última página y las frituras y las sodas se acababan o cerraba la tapa del libro barato me daba cuenta de que alegría se esfumaba, se iba. Es verdad que las cosas materiales te dan momentos geniales de alegría, pero eso nunca te comprará la FELICIDAD. Esa te la tienes que ganar tú. Tu papá no te la va a depositar en una tarjeta bancaria cada primer día del mes. Ni Coca-Cola te la regalará una vez al día. Ni Bimbo te alegrará todas las mañanas. NO. La felicidad será el producto de lo que has hecho para vivir bien, para salir adelante de las propias pesadillas que tú mismo fabricaste.
La felicidad se levanta entonces, por encima de todos aquellos escombros que dejaron los fracasos anteriores al momento cumbre de tu vida, el producto final de tu existencia, tu propia obra maestra.
Quizá, cuanto más fracasas más lejos llegará tu felicidad. Rozarás el cielo con la punta de tus dedos, y quizá puedas trazar algún hermoso lienzo por allí.
La razón de nunca haber reconocido mis miedos frente a los demás quizá fue porque no me gustaría que mis problemas le molestaran al mundo (aunque los problemas del mundo si me importen a mí, y hay veces que me quiten el sueño y las ganas, las esperanzas de mejores mañanas).
Algo falla y te hace reflexionar cuando te levantas un día y dudas de la razón de tu existencia. Cuando sientes que quizá el mundo sería mejor si no estuvieras aquí. Cuando piensas que, si tú no estuvieras tus padres tendrían un gasto menos, una decepción menos, una preocupación menos, tal vez una vida mejor.
El asunto es que, en mi vida he fallado muchas veces, tantas que ya ni siquiera lo recuerdo. De hecho, este blog nació por una falla que tuve. Elegí una carrera que nunca llamó mi atención y aquí estoy 3 años después con un blog que me ha dado más que una simple satisfacción de triunfo. Me ha dado un lugar donde gritar mis tristezas y alegrías. Mis victorias y mis derrotas. Un blog que ha sido mi mejor amigo en mi mundo solitario. No pienso dejarlo, de hecho creo que es hoy cuando más lo necesito.
En estas vacaciones muchas cosas me han hecho reflexionar. Cosas que tal vez los demás no notaron pero yo sí. Pequeños regalos que la vida nos ofrece para decirnos que “no está perdido aquello que no fue”. Que mientras vivas le puedes pintar ventanas a las acuarelas del mañana, destinos inciertos a una obra maestra que aun no se termina, sino que empieza. Desde diálogos, discusiones, películas, viajes, llamadas telefónicas, chats, hasta el título de un disco: “Acuérdate de vivir” (Memento Vivere). Todo sirve para trazar nuevos caminos, para darse cuenta que la vida no comienza dentro de las 4 paredes de tu casa sino justo del otro lado de la puerta donde los árboles se mecen con los vientos repentinos de un verano que se acerca implacable y el cambio de horario nos regala más luz de la que nuestros ojos están acostumbrados.
No tengo ganas de rendirme, algo me dice que aunque me equivoque mil veces tengo que aprender a levantar la cara y dejar de temer. Ya no tener miedo de vivir. Luchar por los sueños que tengo, no por los sueños utópicos que pintaban Hospitales Veterinarios de primer nivel, ambulancias perrunas y costosos asilos para animales callejeros. Sino sueños realistas. Sueños reales que se antojen increíbles. Que tengan la ayuda de muchos y el apoyo de otros tantos.
Los animales siguen siendo mi pasión. Mi razón más cuerda en este mundo loco. Sé que hay otras formas de ayudarlos. Descubrirlas es mi misión. Y es una misión que no pienso abandonar jamás. Les debo mucho a esas criaturitas no pensantes que han alegrado mi vida como ninguna otra cosa lo ha hecho. Esta nueva lucha va por ellos y para ellos. Esos animalitos anónimos que se pierden en mi memoria y que me nublan los ojos de lágrimas y recuerdos. Por los que están, por los que se fueron, por los que nunca vivieron.
No tengo ganas de rendirme porque aun hay muchas cosas en este podrido mundo por las que vale la pena vivir, muchas ideas por cumplir, caminos por pintar, gente por conocer. Aun tengo que vivir para demostrarles a mis padres que todos sus sacrificios y derrotas no han sido en vano. Que algún día les devolveré todo de lo mucho que me han dado. No quiero ser una decepción. Estoy CANSADA de decepcionarlos. Quiero ser un orgullo. No la niña asocial detrás de una computadora 15 horas al día. Quiero que se sientan felices cuando me señalen ante alguien y digan con cariño: “Ella es mi hija”. No quiero darle lastima a nadie. Ya no quiero mentirles, ni salir a la calle a comprar alguna cosa material que me dé un poco de alegría pero que no me haga feliz. No quiero hacerlo porque ya llegué a los más bajo del abismo y allí todo es frio, odioso y horrible. No quiero volver a pensar que la vida de ellos sería mejor si yo no estuviera, no quiero pensar en eso porque sé que mi vida no sería mejor si su existencia me faltara ahora. Empezaré desde cero y no quiero volver a equivocarme porque sé que si lo hago ya no tendré el valor de volver a mirarlos a la cara.
Me he cansado de temer, de tener miedo pero aun no me cansó de luchar, espero que ellos tampoco estén cansados de esperar a ver que yo triunfe en esta batalla que se antoja interminable.
Como dicen por allí, “aun amanece gratis” y yo quiero estar allí, en primera fila, para verlo.
Y para terminar con la tradición… Hoy es el primer día, del resto de mi vida.
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Dejo este poema del poeta británico Rudyard Kipling, palabras que conozco desde los 5 años de la voz de Francisco Stanley y que hace poco, después de un par de lustros he vuelto a escuchar:
como a veces suelen ir,
cuando ofrezca tu camino,
solo cuestas que subir,
cuando tengas poco haber pero mucho que pagar,
y precises sonreír aun teniendo que llorar.
Cuando vayan mal las cosas como a veces suelen ir,
cuando ofrezca tu camino solo cuestas que subir,
cuando ya el dolor ya te agobie y no puedas ya sufrir
descansar acaso debes pero nunca desistir.
Tras las sombras de la duda,
ya plateadas, ya sombrías
puede bien surgir el triunfo,
no el fracaso que temías,
y no es darle a tu ignorancia
figurarse cuan cercano
puede estar el bien que anhelas,
y que juzgas tan lejano.
Lucha, lucha pues por mas que tengas en la brega que sufrir
cuando todo este peor, mas debemos insistir.
No sé que decirte Linda, sólo te digo, y telo juro por quien quieras, que te escribo éstas líneas con lágrimas en los ojos. Lágrimas por que cada línea, cada palabra leída me vino a sacudir, a despertar de mi imsomnio; por que aunque pudiera verse casi imposible, tu no eres la única en este mundo - y ahora sé que yo tampoco- que siente ese miedo, que le tiene miedo a la vida, miedo a vivirla por equivocarse, quien esta cansada de equivocarse una y mil veces, quien piensa que todo esta perdido, que todo lo hecho en el mundo nunca es suficiente.
ResponderEliminarPero tienes razón, el mundo empieza hoy, la vida... empieza cada día. No sé que decirte, tal vez sólo: Gracias! y Felicidades!
Gracias por esas palabras que las sentí tan mías, tan taladrantes a mi intimidad, cómo si conocieras bien lo que siento, por que creo que lo conoces bien, lo sientes igual... y Felicidades!.-.- Felicidades por darte cuenta que en la vida, no hay lucha en vano, la vida, las oportunidades, la felicidad no se deja de buscar hasta el final...
Muchas gracias linda :D por que hoy supe que no estoy tan loca, que no estoy tan sola, que no soy la única, y que si todos han podido, yo también. Perdón por escudriñar en tu intimidad. Pero, gracias por compartirlo...
●•• √эиuⓩ ••●
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario. Realmente cuando uno se encuentra deprimido suele pensar que todo está perdido, y tienes ganas de desaparecer de este mundo. Huir a otro lugar. Mucha gente, por desgracia, se quita la vida al no poder ver más allá de sus problemas. Por suerte existen pequeñas cosas que te hacen volver a tener fe en la vida, ganas de luchar y de salir.
Me alegra que te sientas identificada con estas palabras pero que eso también significa que allí afuera también existe gente que enfrenta los mismos problemas que yo enfrento.
Un saludo ^-^
Lo principal es saber reconocer los miedos y a traves de ellos mas importante es hacer tu plan o estrategia de como superarlos, no estas sola pide ayuda sobre todo con tu familia.
ResponderEliminarEspero que nunca dejes de escribir lo que sientes, no tienes idea de cuánto ayudas a personas que, al igual que tú, tienen miedo. A mi en lo personal me has ayudado mucho y hasta me has sacado lágrimas. Eres una gran persona! sigue luchando por lo que crees y quieres y simplemente muchas gracias por todo! :D
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