Siempre
he sido una malagradecida con mi cámara digital. Ni siquiera es mía; mi papá la
compró hace varios años y fue bastante específico en aquello de la propiedad:
es de toda la familia. Lo cierto es que nuestra familia es la que menos ha sido
fotografiada en ella y además, de todos los integrantes de ella, yo soy la que
más la he usado. También la que más la he criticado. La siento mía.
He
renegado, la he menospreciado, se me ha caído ochocientas veces al suelo, le he
visto los mil defectos que tiene, las escasas virtudes, las poquísimas
funciones, los escasos pixeles, los problemas del lente. A veces olvido que es
una cámara compacta y no una cámara profesional. Le exijo demasiado y no
debería hacerlo porque no está diseñada para eso.
A
mí me fascina la fotografía, la adoro. Pero yo no soy fotógrafa, ni pretendo
serlo. No conozco ni siquiera las cosas más básicas de ese mundo y de Photoshop
únicamente manejo las herramientas más comunes. No se absolutamente nada de
edición ni manipulación fotográfica. Los escasos conocimientos que tengo
provienen de mi perseverancia por mejorar la mediocre calidad de las fotos que
mi cámara compacta tomaba porque me parecía que no le hacía justicia a las
cosas que yo veía en la realidad. Las fotos eran grises, opacas, desabridas. Y
por eso las editaba... Aun lo sigo haciendo.
Hace
ya un par de meses que me había olvidado de mi cámara. Ahora me resulta más
fácil tomar un video o una fotografía con mi celular, aprovechando que la
calidad es respetable y no ocupa tanto espacio. Sin embargo, hoy rescaté
aquella vieja cámara compacta Kodak EasyShare M753 del rincón del divino olvido y pareció no
funcionar; no encendía, no cargaba, no respondía a ninguna de las funciones y
mi ánimo se convirtió en un mar de tristeza y decepciones. Creí que mi cámara
se había ido, que ya no volvería. Que jamás podría volver a captar instantes
con su lente, ni llevarla a todas partes pretendiendo encontrar algo que
inmortalizar para mí, para nadie más.
Por
suerte, varias horas después la cámara reaccionó y su batería comenzó a
cargarse con éxito. Ya ha vuelto a las andadas, aunque últimamente no he tomado
muchas fotografías porque no he salido de mi monótona rutina; sin embargo,
aprecio que mi cámara esté ahí, esperando, lista para salir afuera a captar esa
esencia, y todas esas escenas que algunas veces adornan las entradas de mi
blog.
Más
que una fotografía a continuación mostraré 10 fotografías tomadas con esta
pequeña cámara compacta (algunas ya las han visto anteriormente en el blog y pueden ingresar a sus respectivos artículos dando click en el título de cada una). No
tienen una razón específica de estar aquí, no suelo tener fotografías
favoritas; de una u otra manera todas me recuerdan al instante en el que fueron
tomadas y para mí con eso me basta: el haber inmortalizado un momento que jamás
volverá. Las he tomado de mi carpeta de Dropbox porque esta laptop no es mía y
me da una pereza indescriptible encender a Dante y seleccionar tales y cuales
imágenes, así que me valdré de la única carpeta vinculada en ambas laptop y
conectadas a la nube del ciberespacio para mostrárselas por aquí y escribir
algo breve sobre ellas.
¡Comenzamos!
:)
1) El anciano que lloraba en el
cementerio. Si trato de recordar el instante en el que tomé
aquella fotografía todo me parece en blanco y negro; tonos grises. Lo cierto es
que aquel día no era así. Era un día soleado de noviembre del año 2008; un día
antes del Día de Muertos. El cementerio lucía limpio y desierto; aguardando con
paciencia la llegada de los vivos. Fue muy temprano en la mañana, quizá las 6 ó
7, cuando mi mamá y yo habíamos ido a limpiar las tumbas de la familia. Tomé
esta fotografía cuando me dirigía a uno de los estanques de agua del panteón y
vi aquel hombre a la distancia, pasando del mundo y con su dolor a cuestas. He
regresado infinidad de veces ahí, pero nunca me he acercado a la tumba donde este
anciano derramaba sus lágrimas para ver a quién estaban dedicadas. Prefiero
seguir ignorando ese dato.
2) Ocaso con olor a Navidad. Testamento vital de Ismael Serrano era la canción que estaba escuchando
cuando tomé la fotografía de este ocaso decembrino. Fue en algún punto entre El
Rosario y Villa Unión. No podría decir exactamente el lugar, ni siquiera la
fecha, pero fue a mediados de diciembre. Mi mamá, yo, y un puñado de personas
más nos dirigíamos a la posada anual que se realiza en el Seminario Diocesano
de Mazatlán. Afuera hacía frío, adentro del camión hacía más frío aun. El
ambiente olía a café, chocolate, villancicos, vacaciones, fiestas y regalos por
abrir. Fue un día precioso y un atardecer aún más maravilloso.
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Tres años después tomé esta otra desde el Seminario. |
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3) Caminando después de ti.
El último viaje de Kenny a la playa. Esta fotografía fue tomada poco después de
la muerte de Misty; este era nuestro primer viaje sin ella. Misty siempre me
acompañaba a mí, era mi ángel de la guarda, mi eterno custodio, mi más fiel
acompañante. Aquella vez ya no estaba conmigo para tomar esta fotografía. Umi y
Kenny siempre acompañaban a mis papás durante nuestras caminatas por las playas
de Escuinapa, yo me quedaba atrás, caminando más despacio, para llevarle el
ritmo a Misty, que cada día retenía más líquido y caminaba con una creciente
dificultad. Cuando tomé aquella foto la extrañé. Extrañe su cansada respiración
al andar y su ladrido a las gaviotas que jamás podría alcanzar porque la vejez
no se lo permitiría. Extrañe no tener aquel bultito café a mi lado,
acompañándome como tanto años atrás lo había hecho. Y, por raro que parezca,
tomé esta fotografía pensando en ella; inmortalizando un momento tan cotidiano,
pensando que inevitablemente alguno de esos dos cachorros que acompañaban a mis
padres aquel día tampoco caminaría para siempre a nuestro lado.
4) La vida después de Kenny; la vida
antes de Maru. Meses después de tomar la fotografía
anterior Kenny dejó de caminar a nuestro lado. El dolor que dejó su partida fue
inmenso, nosotros lo entendíamos, pero Umi no y no le apetecía comer, sólo
dormir. Dejó de jugar, ladrar, tomar el sol y mover la cola, y sus ojitos se convirtieron en los más tristes que habían sobre la faz de la tierra. Una
semana después de tanto dolor mi papá tomó el auto y nos llevó a la playa. El viaje
fue por ella y para ella. Era un día frío y nublado de enero y aquel día Umi fue feliz.
Corrió, brincó, jugó, persiguió gaviotas, le ladró a las olas y en su carita y
su rabo se vislumbró una sonrisa radiante que jamás desaparecería, porque sólo
un par de días después llegaría Maru, su otro rayito de sol.
4) Nómadas y egipcios.
Una semana después de la llegada de Maru volvimos a la playa. Ya para aquel
entonces Umi había olvidado cuál era el sabor de la tristeza. La llegada de
aquel bodoquito atigrado nos cambió la vida por completo y el dolor de la
muerte de Kenny se trasmutó en una tierno amor por aquel pegostito de vida. Umi
y yo tuvimos muchas noches de desvelo para alimentarlo cada tres horas pero, al
verlo ahora, después de tantos meses, cada uno de esos días valieron
indudablemente la pena. :)
5) Amanecer en Escuinapa.
Fue el 12 de diciembre de no sé qué año; en una loma frente a la capilla del
Gallo. Mi hermano, mi tío y yo subimos aquella pendiente con la esperanza de
ver un buen amanecer y esto fue lo que conseguimos. Al fondo se ven las
montañas, una motita roja en la parte inferior derecha de un trailer que pasaba
por la carretera, las preciosas nubes anaranjadas, la estela de un avión, un
sol que aún no se asomaba por el horizonte… Cuando
el sol salió nosotros ya estábamos de regreso en la capilla. Esta fue la imagen
que tomé de aquel momento.
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6) Toribio, el pollito que sobrevivió. A
Toribio su mamá no lo quería, le picoteo la nuca hasta que se cansó y lo dejó
moribundo. Cuando mi tía Lupita me lo entregó también me arrimó una pequeña
jaula para que el pobrecito pasara ahí la noche y ver cómo evolucionaba. Durmió
en mi mano toda la tarde y al oscurecer lo dejé descansar en su nuevo hogar. Se
veía tan débil que creíamos que moriría... pero al día siguiente Toribio estaba así. :)
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El pollito más guapetón de todo Angostura, Sinaloa. --------------------------------------------------- |
7) Su majestad gatuna. Ese bebé león que sale de entre dos capillas es Toby. Fue rescatado de las tumbas del cementerio de la ciudad por mi hermano
y por mí hace ya varios meses. Entre gatitos plebeyos y salvajes, él era un príncipe
de oro y brillaba por sí solo; y los demás se apartaban para cederle el paso
mientras caminaba. Ahí sufría de hambre, de frío y de soledad, pero ya no.
Ahora Toby es un rey común europeo de casi 10 kilos que vive en un castillo de
tres pisos y tiene una vista privilegiada del reino de Escuinapa desde la
azotea. Le gusta comer croquetas y jugar con piedras además de que no puede verme
ni en pintura. Supongo que me detesta, pero saben qué, no me importa, mientras
desde su trono no decida llevarme a la hoguera todo está bien. :)
8) La cordura en una imagen. Alguien arriba del autobús donde yo viajaba tuvo la desfachatez de llamarlo anciano loco; yo nunca he visto a un
anciano más cuerdo en la vida. Tuve que combatir el impulso de no bajarme del autobús
y preguntarle a ese hombre si quería ser mi abuelo hasta el fin de mis días o
de los suyos, lo que llegara primero, porque gente como él debería ser inmortal;
vivir para siempre, para recordarle a las personas normales lo maravilloso que
resulta la vida cuando regresas de una posada navideña, tomas un cono del piso,
te lo pones en la cabeza y sales ahí afuera a enfrentarte a la verdadera
locura, a los que juzgan superficialmente a todos sin apenas conocerte. Que te
llaman loco, sin saber cuánta cordura llevas cargando a tus espaldas.
9) Donde caen los sueños. Las vías de Escuinapa me recuerda a mi infancia, cuando mi papá nos llevaba a mi hermana y a mi a ver pasar el tren todos los días poco después de las cinco de la tarde. Eran días de bicicletas, frituras y jugos, antes de partir de esta ciudad a otros lugares tan mágicos como este. Ya no volvimos a ver aquellos míticos trenes, de vez en cuando los escuchamos por las noches, por las madrugadas, por tardes, como fantasmas que regresar para reclamar lo que suyo, como leyendas vivientes de tiempos mejores, rastros de sombras que hace mucho pasaron a un mundo distinto. Ahora sólo quedan las ruinas, los restos, las señales. Vías viejas que se niegan a morir y vagones oxidados a la orilla de los caminos recorridos sin esperanza alguna de que vuelvan nacer y a resurgir.
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10) Teacapán, Sinaloa. Vamos, no puedo decir mucho de esta imagen. ¡Es Teacapán, pueblo de pescadores! Me gustaría vivir ahí sólo para ver atardeceres tan maravillosos como este todos los días de mi vida. Gracias. :D
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