12 may 2014

Un Mundo Feliz de Aldous Huxley (Opinión personal)...

—¿No has tenido nunca la sensación de que dentro de ti hay algo que sólo espera que le des la oportunidad para salir al exterior? ¿Una especie de energía adicional que no usas, como el agua que se precipita en cascadas en vez de pasar por las turbinas? 
Y miró a Bernard interrogativamente.
—¿Te refieres a todas las emociones que se podrían sentir si las cosas fueran diferentes? 
(Un Mundo Feliz 1932, Aldous Huxley. Pag 59).
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Decidí leer un libro ligero después de fumarme las 1,200 páginas que componen Tormenta de Espadas (porque al parecer George R. R. Martin no sabe parir cosas pequeñas). Quedándome de píe frente a mi librero durante más de diez minutos se me hizo maravilloso tomar el viejo ejemplar de Un Mundo Feliz de Aldous Huxley que me regalaron en la escuela secundaria hace una década, y leerlo por primera vez en la vida. Viendo lo pequeño y delgado que era, supe que no me llevaría más de uno o dos días… Lo leí en seis horas; y tamaña indigestión la que me cayó encima. Podría culpar al calor pero prefiero culpar al libro; es más poético. Entonces recordé el motivo por el que estaba en mi estantería desde hace siglos, y la razón por la que jamás lo había leído en su totalidad: su densidad argumental me lo impedía. 

No sé cuándo comprenderé que un libro de pocas páginas no necesariamente significa lectura ligera, así como existen novelas de 800 páginas que se sienten vacías.  

Un Mundo Feliz es una de esas obras que amablemente te obligan invitan a leer en la escuela secundaria mientras tú tienes cosas más importantes en las qué pensar (y todas ellas implican un revolucionario proceso hormonal, seguramente). Yo, que toda la vida he adorado leer libros, siempre he encontrado bastante molesta la lectura obligatoria de clásicos a esa edad, sobre todo porque no tenemos la suficiente madurez mental para entenderlos a la primera. Si a eso le sumamos que en este país no se fomenta la lectura a edad temprana, sino hasta los 13 ó 15 años, la respuesta que le damos a estas joyas es brutal: nos aburren, nos dan bostezo y de vez en cuando nos producen dolores de cabeza cuando una tarea depende de ellas. Incluso hoy, El Señor de las Moscas me resulta un libro insufrible, por ejemplo. No es que sea malo, tiene el honor de ser el primer libro que me obligaron a leer y pude terminarlo, lo cual merece un reconocimiento. Sin embargo, desde entonces no me apetece juzgarlo con motivo de causa; ni siquiera ahora que conozco el concepto en el que se basa. Quizá algún día decida retomarlo; pero hoy no, ni mañana.

Algo parecido sucedió con Un Mundo Feliz y 1984 pero la pesadez de la trama de estos último me impidió pasar más allá de la página 20 ó 30. Por eso mismo no culpé a mis compañeros por su desidia ante la lectura; a esa edad ellos estaban más preocupado por ver qué decía su horóscopo en la última revista juvenil o si su mejor amiga los invitaría a su fiesta de XV años el próximo semestre. Pero ni siquiera yo, en mi soledad, pude adentrarme al mundo que Huxley con tanto empeño quiso mostrarnos. Han pasado los años —y más libros en mis manos de los que puedo recordar—, pero aun sigo teniendo problemas con los clásicos, no por lo estigmatizados que están por culpa de la lectura obligatoria estudiantil, sino por mi déficit a la hora de juzgarlos desde la perspectiva contemporánea sabiendo que fueron escritos décadas (a veces siglos) atrás y eso acarrea muchísimos cambios, incluyendo la narrativa de aquellos tiempos. Curiosamente el libro de George Orwell lo leí simultáneamente con el primer libro de la saga Canción de Hielo y Fuego, pensando también que sería una lectura ligera, por las pocas páginas que le conformaba. Otro error, otra indigestión literaria.

Si la intención de Huxley era escribir una sátira de los años 30’s o una versión hipotética de cómo sería nuestro futuro, poco importa ahora porque al final consiguió consolidar ambas cosas y lo hizo de una manera tan perturbadora que incomoda al lector lo suficiente como para removerle de su asiento y cerrar el libro de golpe hasta nuevo aviso. Por suerte, yo no tenía otra cosa con qué entretenerme y quizá, sólo por eso, fui capaz de continuar hasta la última página antes de quedarme mirando el horizonte POR DOS HORAS SIN HACER NADA, tratando de encontrarle un poco de esperanza a ese final tan jodidamente deprimente sin resultado alguno.

Y es que, si la sátira está en los nombres que se cuelan entre los párrafos (empezando por Henry Ford, caramba) la hipótesis futurista la encontramos en sí a lo largo de toda la obra y, por consecuente, uno empieza a acumular esta especie de bochornosa molestia al sentir que algo tan nuestro ya había sido previsto varios años atrás. ¿Tan previsible somos? Sí, probablemente demasiado. Pero Huxley también puso su encanto, por supuesto; mostrando a estos personajes tan torcidos que, aun en su individualidad suprimida a la hora de ser creados, resulta curioso ver cómo se les cuela un dejo de conciencia humana, como un retazo de lo que fueron hace tiempo (esa incomodidad de Lenina en ciertos escenarios lo confirman).

Quizá lo que más me duele de la historia sea esa especie de felicidad vacía que se respira en el entorno. Absurdo hasta decir basta. El impacto probablemente es más fuerte porque, en esta sociedad alegre, subsiste esta carencia de personalidad y familia; de amor y pasión: «Les falta algo que cueste lágrimas» decía John, el Salvaje con tanto desaliento e impotencia. Porque al final, es él quien nos lleva por esta travesía de robots humanos creados como idiotas caminantes para funcionar en un mundo prefabricado, superficial y falso. Él, que posee todos los sentimientos que fueron suprimidos en el resto, a base de una experimentación tras otra, se convierte en nuestra voz y nuestros ojos, en un entorno que incluso a nosotros nos resulta desolador.

Sin embargo, lo que más carcome por dentro, no son estos rastros de aquello que fuimos, sino lo terrible que resulta mirar nuestro entorno y verlo reflejado ya en el libro. Verdades sociales vertidas a borbotones que nos impregnan en la actualidad, reflejados en un mundo que poco a poco olvida su identidad. Estamos perdiendo ese poder personal que nos hace únicos, unos a otros, y que levanta una fina pared donde solo nosotros —y únicamente nosotros— podemos decidir a quién dejamos pasar y a quién no, repeliendo de esa manera el dogma que sostiene el mundo feliz de Huxley: «todo el mundo pertenece a todo el mundo». Es eso lo que estamos olvidando en la actualidad; las ansias de sentirnos incluidos en un grupo nos obliga hasta cierto punto a olvidar nuestro ser, como una sola persona, para verter todo lo que somos en otros; para imitarlos, para seguir una moda, un gusto, un acto.

Probablemente por esa razón este libro me ha movido mucho más que 1984 lo hiciera el año pasado. La novela de Orwell también jode por dentro, es ponzoñosa y cruel, pero la gente no es feliz con la desfachatez que nos dibuja Huxley con soltura. Podrán pretenderlo, eso sí, a los ojos del Gran Hermano, pero acá, por lo bajo, algo brota de la conciencia humana como para saber que su individualidad está ahí y no ha sido suprimida sino aletargada por culpa de un gobierno déspota. Eso sí, ambas novelas (disculpen la comparación) guardan ese mecanismo bomba en las páginas finales, ese atragantamiento que termina en la indigestión literaria que mencioné más arriba. Pero mientras que 1984 lo hace a base de torturas y revelaciones hasta culminar con un final igual de deprimente, Un Mundo Feliz lo convierte en una conversación entre un salvaje y un personaje de alto mando consciente de su individualidad que, sin embargo, decide seguir viviendo en ese entorno superficial prefabricado. La tortura vendría después, claro, a base de hostigamientos grupales hacia alguien que sólo buscaba un lugar en ese mundo que no estaba pensado para él, como individuo.

Me he extendido demasiado para un libro que no pienso leer otra vez en la vida. No sé si toda esta extraña parafraseada anterior tenga tanto sentido para otros como lo ha tenido para mí, pero cuando una obra se convierte en algo tan personal que conmueve, y a la misma vez contrae las entrañas, termina por formarse una especie de aversión que desemboca en algo repelente. Algo así me sucedió con La Tumba de las Luciérnagas, joya de la cinematografía animada japonesa, que vi sólo una vez y no pienso proyectarla jamás, por la pesada carga emocional que implica visualizarla. En el caso de Un Mundo Feliz me identifiqué intrínsecamente con Bernard al principio, y al final, la desolación del Salvaje terminó por opacar al propio Bernard junto con todos los demás, convirtiéndome en este último; sintiendo mil veces más de empatía por él que por cualquier individuo de esta utopía asquerosa. Vi mi propia asocialidad reflejada ahí y eso se convirtió en algo bastante desagradable, porque toda mi vida he luchado por encontrar un sitio donde pueda ser yo sin sentirme excluida del resto. Es muy difícil verter esto en palabra; muy complicado también. Siempre me he sentido como una observadora en un engranaje que nunca deja de moverse. Yo miro, pero no me incluyo. Nunca me he sentido incluida, ni tampoco pretendo serlo porque para mí eso sería falso. Bernard representó eso al principio, pero después conoció la inclusión al mundo feliz y le gustó esa felicidad absurda, materialista y fabricada mientras que John jamás logró encajar; sumido en la literatura de Shakespeare, y en su propia soledad, culminó con su vida harto de tanto horror y espanto. No deseo terminar siendo ese salvaje en un mundo de locos. 
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Editado: enterándome que Dikana ha retomado su blog desde hace un par de meses y vaya, ella también ha tenido esta experiencia con el libro. ó___ó         

10 may 2014

There is nothing wrong with me...

En algún lugar de Mazatlán, Sinaloa.
Estoy atrasadísima con Cosmos y se acerca mi cumpleaños. Esto último no tiene absolutamente nada que ver con lo primero pero oye, el buzón de mi casa está abierto desde ahora mismo y acepto regalos, como tarjetas de créditos funcionales y dinero. Es decir, estoy a nada de llegar a los 26 años de existencia y mi cara sigue siendo la misma pokerface de hace una década tratando de mirar el mundo desde la ventana. No asimilo nada y sigo sin entender la vida.

Any way, no me he puesto al corriente con Cosmos desde que comencé a escribir la reseña de mis primeras impresiones (dato fuertísimo: comencé a escribir la reseña tres semanas antes de publicarla, cuando sólo iban tres episodios; así de atrasada estoy). Podría sacar mil justificaciones del bolsillo pero creo que a estas alturas cualquier escusa se vería como una grosería, así que mejor paso del bochornoso momento de exponer las razones de mi pereza y directamente culpar al calor veraniego de todos los males del universo, desde Tombuctú hasta Tecualilla. Por lo pronto los episodios del remake se quedarán muy guardaditos en mi laptop hasta que las temperaturas aumenten y se tome la sabia decisión en mi casa de encender el aire acondicionado para que los feos días de mayo sean más tolerables. Porque son feos, reconozcámoslo.

Soy muy tiquismiquis para estas cosas, ¿saben? Me niego a ver una serie de televisión o leer un libro cuando el entorno no es favorable para inmortalizarlo de buena manera (¿Qué? ¿Cómo? ¿Con qué te drogas, Linda?). Por ejemplo, recuerdo vívidamente la madrugada que leí El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde: una noche de insomnio, en Culiacán, con un calor tan sofocante que el ventilador sólo conseguía empeorar, y una humedad en el ambiente que me empapaba el cabello. Desde aquel entonces me resulta sumamente incómodo ver el libro, y no me he atrevido a leerlo de nuevo porque me trae al presente aquel asqueroso día; a pesar que la historia me gustó, e incluso escribí sobre ella en el blog. Al otro extremo de aquella experiencia, The Mentalist, Castle, Hannibal y/o Firefly siempre me recuerdan al aire acondicionado encendido, la tablet en mis manos, el frío en el cuerpo después de un buen baño y la emoción de ver un episodio nuevo cada agradable noche de verano, mientras preciosas luciérnagas se asomaban por la ventana de la habitación. Quiero que Cosmos me sepa a eso, y no al calor agobiante que hace a diario durante el día. Sólo faltan un par de semanas (que probablemente coincidirán con la clausura de la serie), así que un poco de paciencia no me hará daño, creo yo. ó___ó

Pasando a cosas más importantes (en realidad no), ¡he terminado el post de Tormenta de Espadas! Hubo fiesta en mi casa cuando terminé, pero sólo me invité a mí misma porque soy así de egoísta, y no me arrepiento de nada. Dejo aquí los datos de la bestialidad para que, cualquiera que caiga por estos lados, le de pereza leer toda la verborrea antes de que sea publicada.
¿Poca vergüenza o mucha inspiración?
Tardé lo mío en concluir este proyecto, pero mirando en retrospectiva me pareció justo dividirlo tal y como lo hice. Inicialmente mi objetivo era que este post, incluyera también mi opinión de Cosmos, Breaking Bad y Tormenta de Espadas; pero al ver que sólo el documental ya acaparaba más de 8 páginas y yo seguía escribiendo, opté por hacer cada cosa por separado, postergando Breaking Bad hasta su segundo visionado y Tormenta de Espadas en un post independiente. Me pareció lo mejor. Después sucedió algo reprobable en la serie Game Of Thrones que me cabreó de tal manera que terminé escribiendo una queja monumental y aplazando indefinidamente mi opinión personal sobre el tercer libro de la saga hasta que la bilirrubina me bajara a niveles normales otra vez (cosa que sucedió dos semanas después xD). Ya, después de olvidarme de tanto dramatismo de mi parte y descubrir que tengo arte para ello, decidí continuar con mi proyecto. Terminó siendo algo así como un ensayo largo larguísimo, como el libro de 1,200 páginas que me acababa de tragar. Pero es lo que hay y con eso me apaño, como buena sufrida que soy.

También decidí no dividir el post de Tormenta de Espadas, y publicarlo así, sin más, con sus 80 párrafos encima. Lo que he escrito está dividido en diez personajes cuyos POV’s componen el tercer libro, así que se vería raro dejar a unos fuera y a otros dentro hasta nuevo aviso. Mejor todo de golpe. Prometo que lanzaré vivas a la indigestión literaria de aquel que se atreva a leerlo. El artículo en cuestión está programado para publicarse el día 15 de mayo, de aquí a cinco días, esperando de buena fe que Los Siete nos agarre confesados.  

Se acerca mi cumpleaños y aun estoy decidiendo mentalmente si debería importarme o no. Probablemente sí. Desde hace mucho tiempo suelo regalarme un libro para estas fechas. Yo misma lo escojo, lo pido, lo pago, lo recibo y lo abro. Es un gesto que quiero convertir en una tradición; pero este año tardé demasiado en decidir la novela (o novelas) que quería. Desde que conocí la trilogía Los Juegos del Hambre, la saga distópica de Suzanne Collins, me ha llamado muchísimo la atención; pero jamás he dado el paso definitivo para adquirirla, a pesar de que los dos primeros libros están disponibles en mi ciudad desde hace unos meses, principalmente porque no sé si me gustará, tomando en cuenta que la película no fue muy de mi agrado. Aunque tampoco va conmigo juzgar a un libro por su película y no debo fiarme de eso. En Sanborns está disponible el pack completo a $775, pero desembolsar $775 pesos así como así, sin saber si las novelas me gustarán, me parece una chorrada de proporciones épicas. Dejando eso totalmente de lado, se da la curiosidad que en mi ciudad, comprar los libros por separado me costaría menos que el pack que ofrecen en Internet.

También en Sanborns (no me juzguen, en Gandhi no puedo comprar nada porque aquí no hay sucursal del banco que ellos usan para sus depósitos y la web de Gonvill es muy MEH) está otro pack de las novelas de Jane Austen a $749. Pero, el mismo motivo que me llevó a no aventurarme a adquirir Los Juegos del Hambre, es lo que me detiene para no comprar esta joyita tampoco. Verán, yo nunca he leído una novela de Austen, NUNCA. Lo cual me parece una grosería imperdonable. Hace exactamente un año mis padres tenían todas las intenciones de regalarme Orgullo y Prejuicio para mi cumpleaños, pero batieron la sección de libros en el centro comercial y al parecer el único ejemplar que quedaba había sido comprado por alguien en un lapso no mayor de 12 horas. MALDICIÓN GITANA PA’L QUE LO COMPRÓ. El resto de los trabajos de la entrañable Jane también están disponibles aquí, pero en este caso sí sale más caro comprar cada libro por separado así que para qué arriesgarme. En el caso de ella el problema va más allá: 1) tengo un problema con los clásicos literarios, 2) tengo un problema con el género romántico 3) no he leído ningún trabajo suyo. Y $749 no caen del cielo, ¿verdad?

Acabo de terminar Tormenta de Espadas, de la saga Canción de Hielo y Fuego, y ya quiero tener en mis manos el cuarto libro, cosa que compraría así sin más si no fuera porque cuesta la friolera cantidad de $400. Si a eso le sumamos que el quinto volumen sucede simultáneamente con el que le antecede y el precio es exactamente el mismo, pues Houston, tenemos un problema y no sé cómo resolverlo. También existe un pack de libros de esta saga valorado en $1499 con envío gratuito por Sanborns que incluye las cinco novelas que han sido publicadas hasta la fecha y hace que comprarlos así me ahorre una bestialidad considerable que comprar los libros por separado. Canción de Hielo y Fuego es una obra que quiero tener sí o sí; ni siquiera está en discusión. Es una saga que vale cada una de las cinco mil páginas que la componen hasta el momento; conozco el estilo narrativo de George R. R. Martin y estoy familiarizada con sus personajes. Sé que Festín de Cuervos y Danza de Dragones me seguirán fascinando tanto como los tres libros que le antecedieron, y jamás he invertido un centavo en esta saga porque los dos primeros tomos me los prestaron, y el tercero me lo regalaron, sin embargo, al ser novelas ríos y estar conectadas unas con otras necesito los tomos anteriores para entender los dos últimos (basta con ver todas las anotaciones que he hecho en Tormenta de Espadas para entenderme, mas la libreta que compré exclusivamente para poner datos importantes que no debo olvidar. Ehm, no recuerdo haber hecho eso con Harry Potter, por ejemplo xD).

Ahorrar los $1499 me llevará un par de quincenas, pero tengo a Lord Cerdi para que la espera sea más llevadera. Ojalá sea mucho antes de Navidad, o antes que se agoten las unidades. Evidentemente esto hará que no me auto regale ningún libro para mi cumpleaños pero creo que la espera valdrá la pena. Está de más decir que el pack de libros ES PRECIOSO, tengo un primo que cometió el abuso de comprarlo sin saber si quiera si la saga le gustaría o no (por suerte le gustó) y me pasó estas fotos para que lo envidiara con amor y desde la distancia:


Ya, me dejo de tanto fangirlismo y parloteo innecesario. Me quedarán muchos libros pendientes, entre ellos: El Castillo Ambulante de Diana Wynne Jones, American Gods de Neil Gaiman, Tengo una Pistola de Enrique Rubio (ni siquiera creo que se pueda conseguir en este país), La Ladrona de Libros de Markus Zusak, la edición conmemorativa de Orgullo y Prejuicio (hermosa), Wild Cards I. El Comienzo, Los Viajes de Tuf o Luz de Estrellas Lejanas (el que más me llama la atención, pero tampoco creo que lo vendan en México) de George R. R. Martin. Más mil trecientos libros que están en mi lista invisible. Casi nada, ¿verdad? Mejor me tiró en el piso y lloro un poquito por dentro. Feliz cumpleaños a ustedes también. Y Feliz Día de las Madres a quien lo sea. :)

Me regreso a mi caverna hasta que el invierno llegue.


6 may 2014

Tú chocobananeas, yo chocobananeo, todos chocobaneamos

Primera hazaña chocobananera.
Hacer chocobananas no tiene mucha ciencia, de hecho es más difícil escribir su nombre. Así que cuando la semana pasada tuve antojo de comer una de estas cosas y no supe dónde se podían comprar (porque obviamente se vende por lo bajo, a escondidas, como la droga) decidí comprar todo el kit para prepararlas por mí misma y ser la envida de todo el vecindario. ¿Qué tan difícil podía ser?

Como buena ciudadana de mi patria nación de alegrías, tormentos y flojera para leer las instrucciones decidí lanzarme a la guerra sin fusil y a la tarea sin videotutorial. Casi me mato.

Compré los plátanos allá donde los venden más caros, el kit chocobananero en la dulcería más cercana (que queda a media ciudad de aquí, en camión, dos taxis y tres lustros), regresé a mi casa y continué con mi debate moral de cómo clavarle el palo al plátano para que no lo estropeara demasiado. Fue mi madre quien me aconsejó sacarle punta al plátano al palo antes de incrustarlo en la fruta, a la que decidí dejar a temperatura ambiente porque así los átomos funcionan mejor, ¿no? Pues no. El palo en cuestión rompía el plátano a la mitad y cuando intenté acomodarlo con mis manos seguramente hice un movimiento tan ninja que ni Hattori Hanzō podría haber previsto y la banana quedó en rodajitas por toda el área de trabajo. Muy raro, tan raro que estuve a nada de marcarle a Iker Jiménez hasta España para que viniera con su Nave del Misterio a Camarolandia City y viera con sus propios ojos le metódica hazaña que quedaría únicamente inmortalizada en la mirada atónica de mi padre (aunque creo que en realidad estaba jugando al Solitario Spider en su laptop y acababa de ganar).

Como éste último proceso tomaría tiempo decidí pasar al segundo paso: derretir el chocolate en el microondas y botanear con mi Frankenstein fallido mientras continuaba haciendo el resto de los chocobananas. No hubo demasiado éxito con los siguientes productos, a pesar de que le saqué más punta a los palillos y partí por la mitad el resto de la fruta que quedaba, a esta, sencillamente se le abrían grietas, y al intentar sumergirlas en el chocolate derretido se salían del palo y se quedaba vagando a la deriva en el vaso de chocolate mientras yo rogaba que no se ahogaran en un mar tan envidiable. Pero luego llegó mi madre —cuya mano es santa y tiene una legión de ángeles cuidándole su reputación en la repostería a la que no se dedica—, tomó una banana, metió el palito afilado, sumergió el coso en el chocolate, le puso chispitas de colorines Voila! como si hubiera nacido para eso, mientras yo la miraba con cara de Ehm, What?! ¿Hola? ¿Cómo? Y mi autoestima se hundía junto con el trozo bananero naufrago que desaparecía en el mar de chocolate. ¿Ven? Hay gente que no nace para ciertas cosas. Eso sí, el producto final estuvo riquísimo, incluso esos que hice yo, pero seamos sinceros: es imposible que plátano+chocolate+chispitas sepa malo, no importa cómo lo prepares.

A los días volví a hacer chocobananas, esta vez con tutorial incluido y resulta que los plátanos tienen que pelarse y congelarse por lo menos durante TRES HORAS antes de incrustarles el palito. Esta vez funcionó, no tan bien como en el video que vi porque soy la mar de desesperada y sólo dejé que se congelaran por 45 minutos (la paciencia no va conmigo) pero los hice yo solita en menos de cinco minutos, cuando la primera vez me tomó media hora. Vamos avanzando, ¿no? Por lo pronto los chocobananas ya se terminaron y no me apetece hacer más hasta dentro de tres siglos, pero mi fracaso culinario queda en evidencia una vez más después de joyas tan bonitas como esta y esta otra.

Mejor me dejo de tanto drama y me prepararé un chocomilk, coronado con chispitas de colores porque no sé qué hacer con los dos kilos que me sobraron después de mi bestial hazaña digna de quedar en todos los libros de HistoriaMe despediría con humildad, pero no me apetece. 

22 abr 2014

¿Por qué hicieron algo así con el Joven León?

Jaime Lannister, the Kingslayer.
Llevo literalmente semanas escribiendo mi opinión sobre Tormenta de Espadas, el tercer libro de la saga Canción de Hielo y Fuego de George R. R. Martin y estoy en el umbral de lo que podría considerarse un crimen: el artículo en cuestión va por la página doce y a estar alturas ya no le veo fin. ¿Lo ven? de vez en cuando me dan esos ataques inspiracionales mezclados con pensamientos de fan incondicional y esto es lo que sucede. El post se convirtió en algo kilométrico porque he cometido el atrevimiento de verter mi opinión general de cada uno de los personajes cuyos puntos de vista son mostrados en este volumen (en total son diez) y ayer mismo estaba por redactar mis más sinceros respetos —y una pizca nada despreciable de admiración— hacia un personaje que suele ser despreciado desde antes de abrir la boca. Irónicamente sería encabezado por un subtítulo a la altura de las circunstancias: La redención de un regicida. ¡Pues nada papanatas! He decidido posponer mi escritura para un mejor momento, quizá cuando las aguas turbias se tranquilicen un poco y el sabor de la saliva no me sepa tan amargo por culpa de la bilis que se me sube por el esófago cada vez que pienso en él.

En este momento Jaime Lannister me produce un profundo asco.  

Ahora permítanme explicarme un poquito mejor, que este es mi blog, está desierto y sólo se escucha al viento soplar:

Yo suelo ser bastan comprensible con las adaptaciones libro-televisión y/o película, en serio. Soy la tolerancia andante. Entiendo que ciertos aspectos se deban modificar para trasladas algo del papel a la pantalla y que se vuelva funcional a largo plazo —además de rentable, claro—, sobre todo porque están dirigidos a públicos totalmente diferentes. De hecho, me parece estúpidamente molesto escuchar esos comentarios infantiles con su respectivo buzón de quejas sobre la omisión, cambio o invención de alguna que otra escena específica (yo también he tenido mis deslices). Para gustos los colores, ¿verdad?

Punto y aparte. (SPOILER POR TODO LO ALTO,  EH).

Tyrion diciéndole a su hermano que la vida a veces es perra.
Está de sobras decir que Game Of Thrones es una maravillosa adaptación televisiva de una de las sagas modernas más extraordinarias y complicadas que ha parido la literatura universal en las últimas décadas, y sólo por eso merece un reconocimiento expreso. Ya sabemos que la HBO se divierte de lo lindo llevando las cosas a otro nivel, acostumbrándonos en el proceso a la alta calidad y a los ínfimos errores, pero hay veces que se les zafa un tornillo y somos testigos de alguna de esas escenas que descuadran el panorama porque están totalmente fuera de lugar. Mal-adaptadas es la palabra, pero ni siquiera sé si esto sirve como una definición. En el tercer episodio de la cuarta temporada de la serie, que se trasmitió este domingo, ha sucedido algo como lo que he mencionado, y descoloca tanto que he decidido darle un respiro a la serie de televisión después del capítulo que sigue porque siento que me ahogo feo (sigo albergando la esperanza que la amargura se me pase después de ver Oathkeeper 04x04 tomando en cuenta que el título lo involucra también a él, pero habrá que esperar para comprobarlo).

Los creadores de la serie han hecho una maravillosa adaptación del arco de Jaime Lannister y su viaje de regreso a Desembarco del Rey después de durar meses secuestrado por los Stark; pero no me apetece hablar de ello aquí porque eso se leerá en el post que —algún día— publicaré. Así que no está de más decir que esa específica estructura narrativa fue tan bien llevada a la pantalla que incluso la valoré más ahí que en Tormenta de Espadas, y eso es decir muchísimo. Pero, así como han tardado una temporada entera para reconstruir con delicadeza la moral de un personaje generalmente visto como un egoísta engreído, han tardado menos de dos minutos en enterrar sobre toneladas de estiércol todo lo que ellos mismos adaptaron con empeño. En una fracción ínfima de tiempo lograron transformar a Jaime en un monstruoso ogro sin escrúpulos por puro capricho y morbo pudiendo hacer cierta escena de otra manera, porque, hasta donde yo sé, hay una inmensa diferencia entre sexo consentido y abuso sexual. Basándonos en eso, no hay justificación aceptable para la que vimos el domingo pasado (de hecho sí hay una justificación, pero hablaré de eso más adelante).

Aquí es donde aparece aquello que tanto detesto en la vida: Esto no aparece el libro. O más específico: Así no aparece en el libro. Y yo, que voy por la vida tratando de no reparar en esta clase de cosas, no he podido evitar justificar la frase, sobre todo por la forma en la que tuerce al personaje de la serie televisiva y cambia drásticamente el significado de ese mismo momento en la saga.

De regreso a casa.
El asunto en Tormenta de Espadas estuvo así: Jaime Lannister regresa a Desembarco del Rey después de un agónico viaje en el cual lo trataron peor que la mierda. Patearon su dignidad, lo denigraron como ser humano y para rematar le cortaron su mano derecha, la mano de su espada, aquella que usó para matar a Aerys II y arrojar al príncipe Bran por la ventana. En aquellos momentos de humillación tiene una especie de absolución por parte del lector, no por lástima ni por las vejaciones sufridas, sino por un específico suceso ocurrido en los baños de Harrenhal donde se sincera con la última persona que creíamos posible (de eso hablaré en el otro post). Sin embargo, quiero que quede constancia de ello, el Matarreyes justifica su acción y, nosotros como lectores, entendemos la terrible decisión que tomó al usar su espada en contra de sus propios principios como sacrificio por un bien mayor, aun ha sabiendas que eso podría costarle la vida y de paso su reputación.

Cuando Jaime regresa a casa las cosas han cambiado para mal: ni él es el mismo, ni se siente seguro con el entorno que encuentra. El mundo continuó su curso aun en su ausencia. Además de eso, la ciudad está de luto: el rey ha muerto (algo que él ya sabía) y está siendo velado en el septón real, así que lo primero que hace es dirigirse al lugar donde sabía que podría encontrar a su hermana. Cersei está ahí, rezando por su hijo asesinado. Después de una breve conversación entre ambos sobre la muerte del niño rey, la venganza, la petición de asesinato que ella le hace a él y sobre quién le cortó la mano, deciden tener sexo. Al principio Cersei intenta detener a Jaime por miedo a los dioses, a su padre o a cualquiera que pudiera entrar y verlos, junto con todo lo que se les vendría encima si supieran del incesto entre ellos; pero al final accede y al parecer la urgida también era ella, aunque después no encuentra la forma de quitárselo de encima. Hasta ahí todo bien. Sexo pecaminoso pero consentido.

Cersei & Jaime Lannister.
En la cuarta temporada de Game Of Thrones esta específica escena se trasforma en algo grotesco porque fue montada de tal manera que parece una violación. Jaime llega a Desembarco del Rey antes de la muerte de Joffrey —de hecho, antes de la boda donde muere envenenado—. Tiene el tiempo suficiente para adaptarse al entorno, reincorporarse a la Guardia Real, conseguir una mano de oro cortesía de Cersei y entrenar con la espada a las orillas del mar. En la serie, Joffrey es velado en el Gran Septo de Baelor y Jaime manda a la fregada a todo el mundo para quedarse a solas con su hermana. La conversación que tienen ahí es más o menos parecida a la del libro sólo que, bueno, Jaime sí supo cómo murió su hijo y de qué manera los reflectores apuntaban a Tyrion de forma demasiado explicita. Sin embargo, el beso que se dan y que a su vez desencadena en el acto sexual (que en libro corre a cargo de ella) aquí es interrumpido cuando Jaime pone su mano de oro en el hombro de Cersei. Ella se aparta con una mueca de asco al ver el objeto dorado que ella misma le mandó hacer. Ésta fue la segunda vez que lo rechaza desde su regreso; la primera ocurrió en las habitaciones de la reina, precisamente cuando él recibe la mano. En este punto, Jaime se sorprende por unos segundos ante la actitud de su hermana y ese estupor desencadena en un acto violento: “Eres una mujer odiosa. ¿Por qué los dioses me hicieron amar a una mujer odiosa?” y a partir de ahí ya no la suelta; le arranca la parte del vestido, la empuja ante el cuerpo de su hijo muerto, la hace caer de rodillas, y la tumba sobre el suelo mientras ella le decía que eso no estaba bien y le golpeaba en el pecho tratando de quitárselo de encima, pero él jamás la escuchó.

Los involucrados en la serie dicen que eso fue sexo consentido no una violación, ¡pues qué maravilla, eh! Pero no lo parece. Y si no lo parece, de nada sirve que los creadores salgan a dar explicaciones sobre la escena porque basta con verla otra vez para que me vuelva a resultar repugnante, junto con el propio Jaime Lannister (es que ni siquiera puedo verlo un minuto sin que me hierva la sangre). El problema aquí son los diálogos, las palabras de ambos. Es verdad que ella le devuelve los besos, es verdad que no pone demasiado empeño en quitárselo de encima teniendo él sólo una mano, es verdad que ella pone sus piernas alrededor de él pero, ¿por qué no hay ni un solo dialogo que justifique el sexo consentido? Una palabra de ella y tres milímetros menos de rencor en la voz de él habría sido suficiente para que no resultara un montaje tan sufrido que nos orille a apartar la vista de la pantalla. Cersei sollozaba, sufría, lo golpeaba, le apartaba la cara, mientras le decía “no lo hagas, no está bien” y él respondía “¡NO ME IMPORTA!”. En el libro esto no resulta tan repugnante porque ella lo acepta. Después de estar tanto tiempo separados lo primero que quieren hacer es tener sexo y después enterrar al hijo nacido del pecado, es lógico, ¿no?

Quiero creer que la escena está mal montada en ese sentido, que fue un desliz en medio de un mundo cruel y que tal cosa no pasará a mayores, pero en este preciso momento todo el respeto que Jaime se había ganado a pulso y con justa razón a lo largo de la tercera temporada se ha ido totalmente por la borda. ¡Se supone que había cambiado! Por eso la escena del septón en el libro no causa tanta molestia, el tipo está hambriento y punto, pero su moralidad sigue ahí, intacta.

Jaime Lannister by TeilKu.
George R. R. Martin (que es la opinión que más me interesa) ha expresado unas palabras muy diplomáticas al respecto, al fin y al cabo ese es su trabajo. Mi punto aquí es que no había necesidad de mostrar así una escena tan crucial para un personaje que apenas ayer acabada de granjearse la simpatía de gente que tanto lo aborrecía y ahora vomitan sobre sus pies por tanta grosería. La única justificación que podría encontrar aquí es que esta específica escena tenga relevancia en un futuro lejano y que, de alguna u otra manera, influya en la vida de Cersei y Jaime, o en la decisión que en algún punto tomarán, porque es precisamente aquí donde comienza el principio del fin de su relación.

Aun tengo fe en la serie, sería absurdo que esto me hiciera abandonarla. No soy tan drama queen como para hacer eso. Pero sí me decepcionó algo, sobre todo por tratarse de un personaje que no merecía sufrir ese revés en su personalidad después de todo lo que había avanzado. He aceptado esos serios cambios en la adaptación televisiva: desde esos matices en la personalidad de Cersei que no terminar de encajar bien, hasta lo petarda e insufrible que me resulta Shae cada vez que aparece en pantalla, incluso he aceptado las detestables escenas de tortura hacia Theon la temporada que hemos dejado atrás. También sé que Game Of Thrones no es una brújula moral; hace algunos días lo mencioné en Twitter. Pero cuando tú tomas a un personaje tan especial (porque las circunstancias así lo han hecho) haces algo extraordinario con él llevándolo a una evolución que hasta cierto punto lo indulte por las atrocidades hechas en el pasado, nos convences que ha cambiado y luego pierde el control por cinco segundos y comete estos arrebatos de locura que no van con su personalidad ni con su cambio, no me pidas que lo acepte así sin más porque no podría. La empatía no funciona de esa manera.

Ahora, me gustaría saber qué opina Brienne de Tarth al respecto. Sí, sí, esa mujer a la que precisamente Jaime Lannister salvó de una violación y con el paso de los días forjó una relación de profunda admiración y respeto compartido.

Adiós, les juro que no estoy molesta, eh. 


20 abr 2014

COSMOS: A Spacetime Odysse (primeras impresiones)


Éste domingo se estrenó el séptimo episodio del rameke de Cosmos, aquella serie documental que hace más de tres décadas el astrofísico Carl Sagan se encargó de grabar en la retina de los ojos y la memoria a toda una generación. Lejos de la comparación entre ambos trabajos y anfitriones, lejos de la absurda idea de saber que existe un abismo de treinta años entre una y otra, y de los avances tecnológicos en cuanto a efectos especiales se refiere, personalmente creo que la nueva versión cumple su cometido e incluso supera mis expectativas. Con esto último no quiero decir que supera a su original, ni siquiera me he molestado en compararlas a pesar de que suelo ver el episodio en turno de Sagan antes de Neil DeGrasse Tyson, sin embargo suelo enfocarme en los avances que ha habido en cuento a investigación científica desde entonces (nuevos descubrimientos, hipótesis, etc) que en el hecho de ver cuál supera a cuál.

Salvando las distancias, encuentro Cosmos demasiado atractiva y vivaz, ahogada en color y sumida en un universo entero de nuevos descubrimientos. Con una banda sonora que aviva cada momento y cada imagen y la convierte en protagonista, pero lejísimo también de la nostalgia que brotaba del tema principal de la otra serie, donde Vangelis aportaba esa melodía que calaba tanto en la mente y de paso se quedaba grabada en piedra en el corazón (y luego pones ese tema junto a Un Punto Azul Pálido con la voz del fallecido científico y sufres una bofetada de realidad difícil de digerir y de olvidar. ÉPICO hasta decir basta). Hablando de manera general COSMOS: A Spacetime Odyssey cumple su propósito con creces: sirve para avivar en el espectador las ansias de saber, la curiosidad para entender lo que nos rodea; todo lo que fue, todo lo que es y todo lo que será, como postulaba Sagan para definir la palabra que le daba título a su obra. Pobre de aquel que piense que esto es la ciencia hecha documental; no lo es, y está a eones de serlo. Jamás ha sido ese su objetivo, que para eso existen otros medios y otras formas. El punto del show es ser un enganche que despierta en ti la necesidad de preguntarte cómo funciona el mundo y utilizarlo como trampolín para conocer un campo mucho más amplio. No está ahí para resolver todas tus dudas, ni mucho menos para resumir a la ciencia misma (demasiado amplia, demasiado complicada; escases de tiempo). Pero si acaso sirve para avivar un poco la llama del saber COSMOS se justifica por sí sola, no más de lo que se justificaría cualquier otro programa documental con bases sólidas y un equipo dedicado y entregado a la tarea de la divulgación científica como estandarte del conocimiento humano, pero el hecho de que sea un remake, aporta sobre sus hombros un peso difícil de llevar.


Ese otro factor es decisivo a la hora de formarse una idea general del programa, y también depende muchísimo de qué sector de la población vea el show, que bien podríamos cometer la grosería de dividirlos en sólo tres grupos: científicos, público en general y personas religiosas. Me incluyo en lo segundo, la fracción más amplia de televidentes que generalmente han tenido una opinión positiva y un tanto lineal del documental: lo entendemos, nos parece atractivo, nos hemos maravillado y empequeñecido al compas de nuestra propia fragilidad (que levante la mano quien no haya sentido las entrañas contraídas ante la pequeñez de nuestro mundo y el lugar que ocupamos en una galaxia, imposible de ubicar en el mar infinito que compone el universo). Sólo llevamos seis episodios a nuestras espaldas y la ronda de aplausos ya es demasiado fuerte, demasiado alta. Al público en general le ha gustado. Pero no podemos ignorar a los otros dos sectores, igual de importantes cuya opinión vale su peso en oro.

Aquí es donde vale la pena volver a recordar que COSMOS: A Spacetime Odyssey es la versión actualizada y renovada de la serie de 1980 llamada Cosmos: A Personal Voyage, creada por el propio Sagan, su esposa Ann Druyan y el astrofísico Steven Soter. El show fue trasmitido por la cadena PBS y consistió en 13 episodios de 60 minutos de duración. El remake regresa con dos de sus tres creadores originales (Sagan falleció en 1996) y como presentador Neil deGrasse Tyson erguido sobre los cimientos de un divulgador difícil de superar. Sin embargo, deGrasse no busca llenar el vacío de Sagan, ni eclipsarlo —y ya ni mencionar superarlo—, sino que se posicione a su lado, en un recoveco donde ambos logran brillar con luz propia. Los guiños al científico fallecido están ahí y son evidentes, desde el diente de león que da comienzo a la serie hasta la experiencia tiernamente personal que deGrasse Tyson comparte durante el cierre del primer episodio y continua con el siguiente, donde se condensa la evolución humana a lo largo de milenios en sólo 40 ínfimos segundos.


La mayoría de los espectadores no somos científicos, independientemente si somos atraídos por la ciencia de forma voluntaria y curiosa, estamos lejos de los estándares y conocimientos específicos que cada profesional conoce sobre su campo, es quizás aquí donde Cosmos da su primer tropezón, sin necesidad alguna de caer o trastabillar más de lo necesario: muchos niños y jóvenes se enamoraron de la ciencia en la lejana década de los 80’s con la voz cadente de Sagan como música de fondo. Vivieron y sintieron la serie original de tal forma que decidieron superarse para dedicar su vida a este mundo de divulgación y descubrimientos; algunos de ellos ahora se preguntas si Neil deGrasse Tyson será capaz de enamorar a toda una generación en un mundo tecnológicamente globalizado donde la parilla televisiva no suele dedicar demasiado espacio e importancia a documentales como este. Sin embargo, la esperanza se sostiene: la nueva versión de Cosmos fue estrenada simultáneamente en diversos canales de televisión y en más de 100 países distintos; y los rating de audiencia han sido más que aceptables. ¿Pero qué pasa? La ciencia se defiende por sí sola y también los científicos se critican entre ellos, si cometes un error son ellos los primeros en señalártelo y no se quedarán callado precisamente porque, a estas alturas, la ciencia no sólo es vapuleada por prejuicios, ignorancias y malos entendidos sino por personas que no desean jamás comprenderla. De esta manera, las mejores críticas que yo le puedo encontrar a esta serie son aquellas que provienen de científicos y divulgadores. Si a uno, como espectador promedio, le gusta lo que ve en pantalla y se alimenta totalmente de toda esa información que brota de cada episodio, es de agradecer que venga alguien y te diga sin pena de por medio “esto está bien, pero esto no tanto” “Esto es exagerado y esto es innecesario”, ¡eso es lo maravilloso de la ciencia!

Dos de las primeras opiniones con las que me topé fueron la de Francisco R. Villatoro y la de Daniel Marín, ambos colaboradores de la web de divulgación Naukas (antes Amazing.es), publicadas el mismo día pero cuya opinión difiere. Mientras que a Francisco le decepcionó el primer capítulo, a Daniel le gustó. Quizá vale la pena leer los artículos para conocer los motivos específicos de cada uno y de paso darse el tiempo de llegar hasta los comentarios, que resultan por demás interesantes y sirven para tener una idea más general de la opinión de los espectadores. Al día siguiente, el blog Scientia de Jose Manuel López Nicolás nos regalaba, no su opinión personal, sino la de una blogger que cumplía tres condiciones específicas para que diera su punto de vista desde la perspectiva de alguien alejada del mundo de la ciencia y la divulgación, el artículo vale cada renglón con todo y sus 27 comentarios. Mientras que Villatoro se preguntaba lo mismo que muchos otros sobre la decisión de elegir a Giordano Bruno como una especie de mártir de la ciencia, Mauricio-José Schwarz explicaba en Facebook al pueblo llano el motivo sobre el mismo tema. Y aunque no he visto el tercer episodio del nuevo Cosmos (¡pena ajena, lo sé!), César Tomé habla de la injusticia que el programa comete con otro personaje, Robert Hook.

Me gusta eso, me gusta que exista esa efervescencia y esa necesidad de señalar aquello que no nos parece correcto. Son esta clase de cosas las que yo no hubiera sido capaz de reparar y probablemente las habría pasado de largo. Si hacemos una pequeña búsqueda en Google encontraremos también una lluvia de review de los más diversos y enriquecedores. También he leído por ahí una constante: el programa de Sagan era más íntimo, y deGrasse Tyson se queda corto a la hora de interpretar un guión. Personalmente concuerdo con ambos detalles. La intimidad que se respira en los episodios de hace treinta años es innegables, se cuela entre escena y escena con más nostalgia que inquietud, pero el título también lo expresa de esa manera (un viaje personal) y siempre he sentido que la figura de aquel Cosmos es acaparada en su totalidad por el propio Sagan. Él es el programa; ese es su legado. El nuevo Cosmos tiene como presentador a deGrasse Tyson pero sólo como eso, como presentador, como el guía turístico de nuestra odisea en el espacio-tiempo, cuya travesía fue trazada por los dos colegas de Sagan; pero hasta ahí.


En la serie de hace tres décadas el viaje no es sólo personal sino privado, ¿o sólo soy yo quien ha sentido eso? Hay una sensación extraña de sentir que en la Nave de la Imaginación sólo va Sagan y voy yo. Y en la nueva versión la experiencia adquiere matices multitudinarios, va Tyson, voy yo, vas tú, y la humanidad entera subida en aquel vehículo espacial. Respecto al guión sucede lo mismo, el estilo narrativo de Sagan, su cadencia al hablar, su color de voz y sobre todo, el hecho de formar parte activa de la producción del show le da esa seguridad y esa valía a la hora de pararse frente a la cámara y hablar; es normal entonces percatarnos de ese extraño estilo que notamos en deGrasse Tyson cuando le conocemos fuera de cámara y de guión. El Neil que no reparaba en señalar los fallos de Gravity, o decirle a James Cameron que el cielo de la película Titanic (1997) era erróneo, no es el mismo que vemos en el programa. Su tono al hablar, sus gesticulaciones, su sentido del humor, me atrevería incluso a mencionar su rebeldía, no están presentes porque hay un reglamento y formato a seguir muy distinto al de una charla, un foro o una conferencia; no existe la misma libertad en televisión que en una plática y los estándares de una y otra cosa varían. La personalidad jovial e inquieta de Neil hace más evidente esto que lo que lo haría la del propio Carl.  

La opinión religiosa es punto y aparte; se mueve por terrenos más delicados que la ciencia, e incluso me atrevería a decir que más susceptibles. El primer episodio levantó dos polémicas generales 1) la omisión total de Dios en la creación del Universo y 2) la peculiar forma de mostrar a la Iglesia Católica durante el juicio de Giordano Bruno. El segundo episodio se centró en la evolución de las especies (y por lo tanto en la evolución humana), teoría que a estas alturas ya es un hecho y cuyas evidencias están a la vista de todos, pero que sin embargo, muchos se niegan a creerla; algunos por considerarla aberrante.

Twitter, como plataforma de comunicación instantánea, nos sirvió para conocer de manera inmediata la opinión que muchos estaban teniendo con el primer episodio de la serie, Standing Up in the Milky Way. La ausencia del nombre de Dios se coló con indignación entre aquellos televidentes que vieron el episodio como una grosería a sus creencias al omitir algo tan importante para ellos. Sin embargo, ni la teoría del Big Bang ni mucho menos la teoría de los multiversos postulan la existencia y acción de un ser superior como creación del cosmos, principalmente porque ese no es el objetivo de ninguna de ellas, entonces ¿para qué mencionar algo que no sirve para explicar cómo se originó este universo y otros (si es que existen)?

El caso de Giordano Bruno es tan delicado como interesante: el (mal llamado) mártir de las ideas heliocéntricas, o más bien de la libertad religiosa, fue quemado por órdenes del Santo Oficio en un auto de fe llevado a cabo en el Campo de las Flores en Roma, Italia después de pasar ocho años en prisión. Fue acusado de diversos cargos, entre ellos tener opiniones en contra de la fe católica, la Trinidad, Cristo y la virgen María; de decir que existen múltiples mundos y también por brujería. Cuando le ofrecieron besar un crucifijo, minutos antes de ser quemado en la hoguera vivo (generalmente primero los mataban y luego quemaban el cuerpo), éste lo rechazó y señaló que moriría como un mártir y su alma subiría con el fuego al Paraíso. Sin embargo, para entender la condena de Bruno habría que conocer su historia y ahondar en los tiempos en los que fue juzgado. Actualmente se yergue una estatua de él en el mismo lugar donde fue quemado, y la Iglesia Católica rara vez le menciona. Pero al igual que sucedió con la condena de Galileo Galilei, la disculpa general (nunca especificada, ni personal) la hizo Juan Pablo II en el año 2000, por la muerte de prominentes científicos y filósofos muertos por causa de la Inquisición, 400 años después de la muerte de Bruno.

En la serie, este segmento del teólogo italiano se nos presenta como una animación que personalmente me ha parecido maravillosa, pero no me impide pensar que la forma en la que ha sido presentado su caso adquiere matices que incitan no sólo a la polémica sino a la dualidad extrema del malísimo y el bondadoso. La palabra mártir es estirada hasta límites inimaginables y Bruno es el bueno de la película, mientras que la Iglesia Católica es el villano (sólo hay que ver qué cara le han puesto a la autoridad religiosa a la hora de entrar a la celda). En este aspecto concuerdo totalmente con Francisco R. Villatoro: “La divulgación científica, en mi opinión, debe anteponer la verdad a la estética… La divulgación científica no debe mentir”. Probablemente este ha sido el aspecto menos favorecedor del programa, y me atrevería a decir que sería terrible no escudriñar más en la biografía de Bruno e ir por la vida tomando este segmento como la verdad absoluta, porque fácilmente no lo es.


Si Giordano Bruno sirvió la polémica sobre la mesa, el siguiente episodio Some of the Things That Molecules Do pone la cereza sobre el pastel, al hablar de la evolución de las especies. Sin embargo, a diferencia del caso del poeta italiano, aquí no hay nada que justifique la queja de los creacionistas. La evolución humana ya ha sido aceptada por varias religiones, entre ellas la Católica; pero aun existen millones de personas en el mundo a los que le parece grotesca la simple idea de descender de monos. En Estados Unidos sucede algo curioso que ni siquiera se da en México. EUA se autodenomina el país de la libertad, y restriega las sagradas enmiendas de su nación a cuanta persona se les ponga enfrente. Ahí la Evolución no es una opción en la educación pública, es una monstruosidad, y los creacionistas de cajón defienden con uñas y dientes el derecho a que a sus hijos no se les enseñe tamaña bazofia dentro de las aulas, ni siquiera como opción. No les dan la opción de elegir. Es un país bastante curioso y contradictorio; aceptan la libertad religiosa, sí, pero unas religiones y creencias son más aceptadas que otras. Su fe en Dios se cuela entre Star-Spangled Banner y continúa en el In God We Trust que se imprime en sus billetes, para después presentarse en la Biblia sobre la que jura cada presidente en turno, y en la mano derecha que pone la persona que se sube al estrado durante un juicio donde jura decir la verdad y nada más que la verdad (como si eso fuera posible). Pero que nadie hable de Alá porque no es tan bienvenido como otros dioses. En esta tierra, cuna de la maravillosa música góspel y bodrios criminalísticos como los que vemos en Jesus Camp, convergen ramas del cristianismos tan diversas que resulta imposible señalarlas todas. Algunas de ellas van por la vida quemando ejemplares del Corán y negando el Holocausto, mientras muchas otras practican la caridad y la bondad del mil formas diversas.

Estados Unidos de América, no te entiendo.


Pasando de eso —y aunque suene bastante raro— aun hay gente que piensa que la Tierra es plana, Adán y Eva literalmente existieron o que nuestro planeta sólo tiene seis mil años (JAJAJA). Basan tales creencias, ya no en la fe ciega, sino en la ignorancia compartida, al margen de toda evidencia que les demuestre lo contrario. Su rabia airada ante la Teoría de la Evolución está presente en esas protestas que se llevan a cabo por aquellos que desean impedir que a niños estadounidenses se les mencione siquiera la posibilidad de que Adán no nació del barro y Eva de su costilla.

Recuerdo que hace muchos años, cuando YouTube andaba aun en pañales apareció un polémico video de un niño predicador. Mitad cuerdo mitad poseído, el pequeño Nazareth Castillo —todo un manojo de gesticulación, coreografías y gritos dignos de admirar— hablaba indignado ante una congregación religiosa sobre esos mentirosos/sabelotodos/inventores de falacias (conocidos en el bajo mundo como científicos) que habían ideado la terrible abominación de decir que somos parientes del mono, ¡pero qué tragedia! El niño también llevaba consigo la respuesta definitiva para negar la Evolución y a la madre que parió a Darwin: el mono y la mona producen monitos hasta hoy, la gallina y el gallo producen pollitos y los peces pececitos. Nazareth no entendía la evolución ni quería hacerlo, no necesitaba saber de ella; el simple hecho de imaginar de qué iba le parecía monstruosos, horrendo, repugnante. Al parecer, para él era más majestuosos nacer de la tierra, que ser polvo de estrellas. Por lo menos el bodoque habló sobre un parentesco con el mono, porque hay otros que de plano se saltan todos los parámetros de la lógica y el razonamiento para cometer la grosería de decir que la Teoría de la Evolución postula que descendemos directamente del mono cosa que, por supuesto, no es cierto. Las mutaciones en el campo de la biología y la genética son cosas demasiado complicadas para la cabecita de Nazareth y para todas aquellas personas que se pararon y aplaudieron como resortes apenas el niño mencionó lo del mono y la mona. Sin ir más lejos, hace apenas un par de meses se dio un debate entre el educador científico Bill Nye y el creacionista Ken Ham cuyo video pueden ver aquí, sin embargo me gustaría remarcar específicamente la respuesta de cada uno de ellos ante la pregunta “¿Qué le haría cambiar de opinión?” Las palabras de cada uno fueron extensas pero podrían ser resumidas en sólo una, Ham remató con una “Nada” y Nye con un contundente “Evidencia”.

No se puede debatir con quien no quiere razonar.


En resumen, Cosmos no tiene las respuestas de todas las cosas y tampoco es ese su objetivo, sin embargo, vale la pena darle una oportunidad para verla y mirarla con ojo crítico sin dar todo por sentado. Dudar, incluso aquello que nació de la mente inquieta del entrañable Carl Sagan, debería ser siempre una prioridad, un motor, un estilo de vida, no sólo algo pasajero. La duda no debe de nacer sólo por un momento y ser transitoria, sino permanente. Aun así, y a pesar de todo COSMOS: A Spacetime Odyssey, vale cada uno de sus minutos invertidos. Maravillosamente dirigido, musicalizado, expuesto, montado y presentado. Más de una vez me ha erizado la piel y vertido mil sensaciones en mí difícil de describir. Mis más sinceros respetos para esta serie y para los encargados de guiarnos por esta odisea del espacio-tiempo. Y una reverencia a Sagan por mirar más allá del horizonte.

14 abr 2014

Sigo sin saber de qué va todo esto. :D

Mientras tanto, en el cielo de mi patio. 
En febrero noté algo curioso que raramente me había sucedido antes desde que tengo este blog: tenía suficiente material guardado en la sección de borradores como para publicar poco más de un post a la semana durante un mes. Aproveché el momento para editar escritos que tenía almacenados desde hace meses, responder algo del Reto de 30 Días, uno que otro meme desperdigado por ahí, acomodarlos, darles orden y ponerle una fecha específica para que fueran publicados automáticamente. De esa manera me pasé más de un mes de vacaciones bloggeriles y sin poner un píe en la arena de esta orilla... peeeero, el break ha terminado. Esta mañana me he dado cuenta que abril está en plan suicida moribundo y yo sencillamente no he dado señales de vida por aquí en todo este tiempo, así que traigo un resumen de lo que he hecho estos días (en realidad sólo he procrastinados con amor y los próximos post únicamente hablaré de un documental, un programa de televisión y una saga de libros, que fácilmente comprimen todo mi tiempo perdido y no me arrepiento de ello).

Antes que nada creo que vale la pena dejar constancia que entre febrero y marzo he desmantelado mi habitación hasta dejar únicamente lo necesario y aquello que es difícil de guardar. Por las ventanas se cuela el polvo de una de las calles más transitadas de la ciudad y nadie creería la cantidad absurda de tierra que hay al finalizar el día. Y todo esto sucede mientras las ventanas están cerradas, si las abriera y dejara que las motas de polvo se pasearan como Pedro por su casa aquí habría tormentas de arena y cosas más perversas retenidas en los muebles. Una de las cosas que más me ha dolido guardar ha sido mi colección pequeñita de los rompecabezas 3D de la compañía china Cubic Fun. Adoro armar puzzles, y estas joyitas económicas y hermosas, que compré cuando vivíamos en otro departamento (donde el polvo era un mal chiste y un mito), abarcaban un mueble entero de tres niveles de los que emergían grandes y esplendorosos el Capitolio de los Estados Unidos, la Catedral de San Patricio de Nueva York y la Basílica de San Pedro en la Ciudad del Vaticano. Me ha dolido hasta el alma, porque cosas así merecen ser exhibidas y presumidas por todo lo alto, pero sencillamente jodía verlas rebosar de tierra y era una misión maratónica mantenerlas limpias, así que preferí guardarlas en sus respectivas cajas hasta mejores tiempos (cuando construya una cúpula al redero de mi casa, obviamente xD).

Sin ir más lejos, se me contraen las entrañas sólo de ver lo polvoso y cenizo que ha quedado El Astrónomo un año después de la mudanza. Aquel rompecabezas que me regaló mi tía hace mucho tiempo colgó de la pared de mi antigua habitación y brilló con pintura fluorescente cada vez que una mota de luz rebotó en su cristal. Me dormía viéndolo. El brillo que alguna vez tuvo a la luz del día se esfumó hace muchos soles. Si no fuera por aquel post en el que hablé de su existencia probablemente hubiera olvidado ya la amalgama vistosa que alguna vez albergó. La versión 3D del Titanic ha sido la excepción, al ser largo y no tan ancho he podido colarlo en el librero de la sala, junto al resto de mis libros que, dicho sea de paso, venía con cristal incluido (me refiero al librero, no al barco).

Sí, ya lo sé, este es un problema del Primer Mundo y debería sentir vergüenza de andar por la vida quejándome de absurdeces como estas. :D

Umi y Maru se enfermaron, en ese orden. Primero ella y luego él. Nuestra perrita de 11 años jamás se había enfermado en la vida, así que me resigné a que tal vez se iría a tocar el arpa con los ángeles antes de los 12 (soy la mar de pesimista, ¿ok?). Pero no, Umi está vivita y coleando. Mientras escribo esto está comiendo un palito de carnaza después del baño que recibió esta mañana, y se le ve feliz y sana. No sé cuánto tiempo durará así; no quiero ser egoísta, ha vivido más de lo que cualquier perro ha soportado conmigo y se lo agradezco profundamente. Ha cumplido su misión de compañía fielmente durante más de una década. Para ella no quiero ni una pizca de dolor, ni centímetro de sufrimiento. Mientras sea feliz, mueva su rabo alegre y pueda comer y caminar la mantendré a mi lado, cuando ya no pueda hacer eso sabré que es hora de decirle adiós y estoy en paz con eso, jamás le exigiría más de lo me podría dar. Cuando le llegue el turno de partir, me encargaré que no sufra. No se merece eso. Por lo pronto, que haya mil días de luz y alegría para Umi, y un platito de comida frente a ella cada tantas horas. :)

Maru probablemente enfermó de lo mismo que su mamá perrita, alguna infección en el estómago or something like that y recibieron el mismo tratamiento con un par de días de diferencia, pero él tuvo una recaída días después y siguió malito, probablemente de otra cosa. Su estado fue delicado pero el muy bestia se recuperó una semana después y ya está dando lata como siempre. Y he quedado embargada y endeuda con los países ricos por las próximas décadas.

Prometo que algún día verteré mi opinión respecto a Breaking Bad (obra maestra, eso sí) y recibirá el homenaje que se merece de mi parte, porque la he adorado a rabiar y porque tengo la firme convicción de volver a visualizarla antes de que termine este año. Ahora no, porque toda mi inspiración ha sido exprimida hasta la última gota por culpa de los post que hablarán de Cosmos y Tormenta de Espadas (CDHYF III). Breaking Bad es una serie que vale en oro cada episodio de sus temporadas y se posiciona por sí sola como una de mis cinco series de televisión favoritas ever así que: All Hail the King! Para opiniones extraordinarias sobre ella me quedo con ésta y ésta otra.

Algún día también les hablaré de D’Artagnan, el mosqueterito perruno que custodia las puertas de un falso castillo sinaloense desde hace cuatro meses. :)

No he visto Castle ni The Mentalist desde diciembre del año pasado. La culpa la tiene Sherlock (what?!) que me agotó todas las ganas de ver cualquier serie de televisión cuando estrenó su tercera temporada. El asunto se alivianó un poco el día que me decidí ver Breaking Bad y Game of Thrones pero no he regresado con Castle y The Mentalist, ni tampoco he visto la season finale de Sleepy Hollow, ni la segunda temporada de Hannibal. Ahora esperaré que clausuren sus respectivas temporadas y así evito hacer la espera semanal con sus interminables breaks. :)

Los próximos post (en los que hablaré de Cosmos y Tormenta de Espadas) lo publicaré en los días siguientes. De hecho tenía pensado que se publicaran en esta misma entrada pero, separando la publicación del documental y la de la serie, me he dado cuenta que esta última llevo más de 8 páginas a cuestas y sólo he hablado de cuatro de los diez protagonistas que muestran su POV en el libro y no asimilo mi atrevimiento... Básicamente lo que escribiré será un ensayo, así que sobre aviso no hay engaño, ¿eh?

No esperen demasiada coherencia en esto; no la tiene. Estoy medio drogada y cansada como para estar consciente de lo que estoy escribiendo. Amén.