Éste domingo se
estrenó el séptimo episodio del rameke de Cosmos, aquella serie documental que
hace más de tres décadas el astrofísico Carl Sagan se encargó de grabar en la
retina de los ojos y la memoria a toda una generación. Lejos de la comparación
entre ambos trabajos y anfitriones, lejos de la absurda idea de saber que
existe un abismo de treinta años entre una y otra, y de los avances
tecnológicos en cuanto a efectos especiales se refiere, personalmente creo que la
nueva versión cumple su cometido e incluso supera mis expectativas. Con esto
último no quiero decir que supera a su original, ni siquiera me he molestado en
compararlas a pesar de que suelo ver el episodio en turno de Sagan antes de Neil
DeGrasse Tyson, sin embargo suelo enfocarme en los avances que ha habido en
cuento a investigación científica desde entonces (nuevos descubrimientos,
hipótesis, etc) que en el hecho de ver cuál supera a cuál.
Salvando las
distancias, encuentro Cosmos demasiado atractiva y vivaz, ahogada en color y
sumida en un universo entero de nuevos descubrimientos. Con una banda sonora
que aviva cada momento y cada imagen y la convierte en protagonista, pero
lejísimo también de la nostalgia que brotaba del tema principal de la otra
serie, donde Vangelis aportaba esa melodía que calaba tanto en la mente y de
paso se quedaba grabada en piedra en el corazón (y luego pones ese tema junto a Un Punto Azul Pálido con la voz del fallecido científico y sufres una bofetada de realidad difícil de digerir y de olvidar. ÉPICO hasta decir basta). Hablando
de manera general COSMOS: A Spacetime Odyssey cumple su propósito con creces:
sirve para avivar en el espectador las ansias de saber, la curiosidad para
entender lo que nos rodea; todo lo que
fue, todo lo que es y todo lo que será, como postulaba Sagan para definir
la palabra que le daba título a su obra. Pobre de aquel que piense que esto es
la ciencia hecha documental; no lo es, y está a eones de serlo. Jamás ha sido
ese su objetivo, que para eso existen otros medios y otras formas. El punto del
show es ser un enganche que despierta en ti la necesidad de preguntarte cómo
funciona el mundo y utilizarlo como trampolín para conocer un campo mucho más
amplio. No está ahí para resolver todas tus dudas, ni mucho menos para resumir
a la ciencia misma (demasiado amplia, demasiado complicada; escases de tiempo).
Pero si acaso sirve para avivar un poco la llama del saber COSMOS se justifica
por sí sola, no más de lo que se justificaría cualquier otro programa
documental con bases sólidas y un equipo dedicado y entregado a la tarea de la
divulgación científica como estandarte del conocimiento humano, pero el hecho
de que sea un remake, aporta sobre
sus hombros un peso difícil de llevar.
Ese otro factor es
decisivo a la hora de formarse una idea general del programa, y también depende
muchísimo de qué sector de la población vea el show, que bien podríamos cometer
la grosería de dividirlos en sólo tres grupos: científicos, público en general
y personas religiosas. Me incluyo en lo segundo, la fracción más amplia de
televidentes que generalmente han tenido una opinión positiva y un tanto lineal
del documental: lo entendemos, nos parece atractivo, nos hemos maravillado y
empequeñecido al compas de nuestra propia fragilidad (que levante la mano quien
no haya sentido las entrañas contraídas ante la pequeñez de nuestro mundo y el
lugar que ocupamos en una galaxia, imposible de ubicar en el mar infinito que
compone el universo). Sólo llevamos seis episodios a nuestras espaldas y la
ronda de aplausos ya es demasiado fuerte, demasiado alta. Al público en general
le ha gustado. Pero no podemos ignorar a los otros dos sectores, igual de
importantes cuya opinión vale su peso en oro.
Aquí es donde vale
la pena volver a recordar que COSMOS: A Spacetime Odyssey es la versión actualizada
y renovada de la serie de 1980 llamada Cosmos: A Personal Voyage, creada por el
propio Sagan, su esposa Ann Druyan y el astrofísico Steven Soter. El show fue
trasmitido por la cadena PBS y consistió en 13 episodios de 60 minutos de
duración. El remake regresa con dos
de sus tres creadores originales (Sagan falleció en 1996) y como presentador Neil
deGrasse Tyson erguido sobre los cimientos de un divulgador difícil de superar.
Sin embargo, deGrasse no busca llenar el vacío de Sagan, ni eclipsarlo —y ya ni
mencionar superarlo—, sino que se posicione a su lado, en un recoveco donde
ambos logran brillar con luz propia. Los guiños al científico fallecido están
ahí y son evidentes, desde el diente de león que da comienzo a la serie hasta
la experiencia tiernamente personal que deGrasse Tyson comparte durante el
cierre del primer episodio y continua con el siguiente, donde se condensa la
evolución humana a lo largo de milenios en sólo 40 ínfimos segundos.
La mayoría de
los espectadores no somos científicos, independientemente si somos atraídos por
la ciencia de forma voluntaria y curiosa, estamos lejos de los estándares y
conocimientos específicos que cada profesional conoce sobre su campo, es quizás
aquí donde Cosmos da su primer tropezón,
sin necesidad alguna de caer o trastabillar más de lo necesario: muchos niños y
jóvenes se enamoraron de la ciencia en la lejana década de los 80’s con la voz
cadente de Sagan como música de fondo. Vivieron y sintieron la serie original
de tal forma que decidieron superarse para dedicar su vida a este mundo de
divulgación y descubrimientos; algunos de ellos ahora se preguntas si Neil deGrasse
Tyson será capaz de enamorar a toda una generación en un mundo tecnológicamente
globalizado donde la parilla televisiva no suele dedicar demasiado espacio e
importancia a documentales como este. Sin embargo, la esperanza se sostiene: la
nueva versión de Cosmos fue estrenada simultáneamente en diversos canales de
televisión y en más de 100 países distintos; y los rating de audiencia han sido
más que aceptables. ¿Pero qué pasa? La ciencia se defiende por sí sola y
también los científicos se critican entre ellos, si cometes un error son ellos los
primeros en señalártelo y no se quedarán callado precisamente porque, a estas
alturas, la ciencia no sólo es vapuleada por prejuicios, ignorancias y malos
entendidos sino por personas que no desean jamás comprenderla. De esta manera,
las mejores críticas que yo le puedo encontrar a esta serie son aquellas que
provienen de científicos y divulgadores. Si a uno, como espectador promedio, le
gusta lo que ve en pantalla y se alimenta totalmente de toda esa información
que brota de cada episodio, es de agradecer que venga alguien y te diga sin pena
de por medio “esto está bien, pero esto no tanto” “Esto es exagerado y esto es
innecesario”, ¡eso es lo maravilloso de la ciencia!
Dos de las
primeras opiniones con las que me topé fueron la de Francisco R. Villatoro y la
de Daniel Marín, ambos colaboradores de la web de divulgación Naukas (antes
Amazing.es), publicadas el mismo día pero cuya opinión difiere. Mientras que a Francisco le decepcionó el primer capítulo, a Daniel le gustó. Quizá vale la
pena leer los artículos para conocer los motivos específicos de cada uno y de
paso darse el tiempo de llegar hasta los comentarios, que resultan por demás
interesantes y sirven para tener una idea más general de la opinión de los
espectadores. Al día siguiente, el blog Scientia de Jose Manuel López Nicolás nos
regalaba, no su opinión personal, sino la de una blogger que cumplía tres
condiciones específicas para que diera su punto de vista desde la perspectiva
de alguien alejada del mundo de la ciencia y la divulgación, el artículo vale cada renglón con todo y sus 27 comentarios. Mientras que Villatoro se preguntaba lo mismo que muchos otros sobre la decisión de elegir a Giordano
Bruno como una especie de mártir de la ciencia, Mauricio-José Schwarz explicaba en Facebook al pueblo llano el motivo sobre el mismo tema. Y aunque no he visto
el tercer episodio del nuevo Cosmos (¡pena ajena, lo sé!), César Tomé habla de la injusticia que el programa comete con otro personaje, Robert Hook.
Me gusta eso, me
gusta que exista esa efervescencia y esa necesidad de señalar aquello que no
nos parece correcto. Son esta clase de cosas las que yo no hubiera sido capaz
de reparar y probablemente las habría pasado de largo. Si hacemos una pequeña
búsqueda en Google encontraremos también una lluvia de review de los más diversos y enriquecedores. También he leído por ahí una constante: el programa
de Sagan era más íntimo, y deGrasse Tyson se queda corto a la hora de
interpretar un guión. Personalmente concuerdo con ambos detalles. La intimidad
que se respira en los episodios de hace treinta años es innegables, se cuela
entre escena y escena con más nostalgia que inquietud, pero el título también
lo expresa de esa manera (un viaje personal) y siempre he sentido que la figura
de aquel Cosmos es acaparada en su totalidad por el propio Sagan. Él es el programa; ese es su legado. El nuevo Cosmos tiene como presentador a
deGrasse Tyson pero sólo como eso, como presentador, como el guía turístico de
nuestra odisea en el espacio-tiempo, cuya travesía fue trazada por los dos colegas
de Sagan; pero hasta ahí.
En la serie de
hace tres décadas el viaje no es sólo personal sino privado, ¿o sólo soy yo
quien ha sentido eso? Hay una sensación extraña de sentir que en la Nave de la
Imaginación sólo va Sagan y voy yo. Y en la nueva versión la experiencia
adquiere matices multitudinarios, va Tyson, voy yo, vas tú, y la humanidad
entera subida en aquel vehículo espacial. Respecto al guión sucede lo mismo, el
estilo narrativo de Sagan, su cadencia al hablar, su color de voz y sobre todo,
el hecho de formar parte activa de la producción del show le da esa seguridad y
esa valía a la hora de pararse frente a la cámara y hablar; es normal entonces
percatarnos de ese extraño estilo que notamos en deGrasse Tyson cuando le
conocemos fuera de cámara y de guión. El Neil que no reparaba en señalar los fallos de Gravity, o decirle a James Cameron que el cielo de la película Titanic (1997) era erróneo, no es el mismo que vemos en el programa. Su tono al hablar,
sus gesticulaciones, su sentido del humor, me atrevería incluso a mencionar su rebeldía,
no están presentes porque hay un reglamento y formato a seguir muy distinto al
de una charla, un foro o una conferencia; no existe la misma libertad en
televisión que en una plática y los estándares de una y otra cosa varían. La
personalidad jovial e inquieta de Neil hace más evidente esto que lo que lo
haría la del propio Carl.
La opinión religiosa
es punto y aparte; se mueve por terrenos más delicados que la ciencia, e
incluso me atrevería a decir que más susceptibles. El primer episodio levantó
dos polémicas generales 1) la omisión total de Dios en la creación del Universo
y 2) la peculiar forma de mostrar a la Iglesia Católica durante el juicio de Giordano
Bruno. El segundo episodio se centró en la evolución de las especies (y por lo
tanto en la evolución humana), teoría que a estas alturas ya es un hecho y cuyas evidencias están a la vista de todos, pero
que sin embargo, muchos se niegan a creerla; algunos por considerarla
aberrante.
Twitter, como
plataforma de comunicación instantánea, nos sirvió para conocer de manera
inmediata la opinión que muchos estaban teniendo con el primer episodio de la
serie, Standing Up in the Milky Way. La ausencia del nombre de Dios se coló con
indignación entre aquellos televidentes que vieron el episodio como una
grosería a sus creencias al omitir algo tan importante para ellos. Sin embargo,
ni la teoría del Big Bang ni mucho menos la teoría de los multiversos postulan
la existencia y acción de un ser superior como creación del cosmos,
principalmente porque ese no es el
objetivo de ninguna de ellas, entonces ¿para qué mencionar algo que no sirve para
explicar cómo se originó este universo y otros (si es que existen)?
El caso de Giordano Bruno es tan delicado como interesante: el (mal llamado) mártir de las ideas heliocéntricas, o más bien de la libertad religiosa, fue quemado por órdenes del Santo Oficio en un auto de fe llevado a cabo en el Campo de las Flores en Roma, Italia después de pasar ocho años en prisión. Fue acusado de diversos cargos, entre ellos tener opiniones en contra de la fe católica, la Trinidad, Cristo y la virgen María; de decir que existen múltiples mundos y también por brujería. Cuando le ofrecieron besar un crucifijo, minutos antes de ser quemado en la hoguera vivo (generalmente primero los mataban y luego quemaban el cuerpo), éste lo rechazó y señaló que moriría como un mártir y su alma subiría con el fuego al Paraíso. Sin embargo, para entender la condena de Bruno habría que conocer su historia y ahondar en los tiempos en los que fue juzgado. Actualmente se yergue una estatua de él en el mismo lugar donde fue quemado, y la Iglesia Católica rara vez le menciona. Pero al igual que sucedió con la condena de Galileo Galilei, la disculpa general (nunca especificada, ni personal) la hizo Juan Pablo II en el año 2000, por la muerte de prominentes científicos y filósofos muertos por causa de la Inquisición, 400 años después de la muerte de Bruno.
En la serie,
este segmento del teólogo italiano se nos presenta como una animación que
personalmente me ha parecido maravillosa, pero no me impide pensar que la forma
en la que ha sido presentado su caso adquiere matices que incitan no sólo a la
polémica sino a la dualidad extrema del malísimo y el bondadoso. La palabra mártir es estirada hasta límites
inimaginables y Bruno es el bueno de la película, mientras que la Iglesia
Católica es el villano (sólo hay que ver qué cara le han puesto a la autoridad
religiosa a la hora de entrar a la celda). En este aspecto concuerdo totalmente
con Francisco R. Villatoro: “La divulgación científica, en mi opinión, debe anteponer la verdad a la estética… La divulgación científica no debe mentir”. Probablemente este ha sido el
aspecto menos favorecedor del programa, y me atrevería a decir que sería
terrible no escudriñar más en la biografía de Bruno e ir por la vida tomando
este segmento como la verdad absoluta, porque fácilmente no lo es.
Si Giordano
Bruno sirvió la polémica sobre la mesa, el siguiente episodio Some of the
Things That Molecules Do pone la cereza sobre el pastel, al hablar de la
evolución de las especies. Sin embargo, a diferencia del caso del poeta
italiano, aquí no hay nada que justifique la queja de los creacionistas. La
evolución humana ya ha sido aceptada por varias religiones, entre ellas la
Católica; pero aun existen millones de personas en el mundo a los que le parece
grotesca la simple idea de descender de
monos. En Estados Unidos sucede algo curioso que ni siquiera se da en
México. EUA se autodenomina el país de la libertad, y restriega las sagradas
enmiendas de su nación a cuanta persona se les ponga enfrente. Ahí la Evolución
no es una opción en la educación pública, es una monstruosidad, y los
creacionistas de cajón defienden con uñas y dientes el derecho a que a sus hijos no se les enseñe tamaña bazofia dentro de
las aulas, ni siquiera como opción. No les dan la opción de elegir. Es un país
bastante curioso y contradictorio; aceptan la libertad religiosa, sí, pero unas
religiones y creencias son más aceptadas que otras. Su fe en Dios se cuela
entre Star-Spangled Banner y continúa en el In God We Trust que se imprime en
sus billetes, para después presentarse en la Biblia sobre la que jura cada
presidente en turno, y en la mano derecha que pone la persona que se sube al
estrado durante un juicio donde jura
decir la verdad y nada más que la verdad (como si eso fuera posible). Pero
que nadie hable de Alá porque no es tan bienvenido como otros dioses. En esta
tierra, cuna de la maravillosa música góspel y bodrios criminalísticos como los
que vemos en Jesus Camp, convergen ramas del cristianismos tan diversas que resulta
imposible señalarlas todas. Algunas de ellas van por la vida quemando ejemplares
del Corán y negando el Holocausto, mientras muchas otras practican la caridad y
la bondad del mil formas diversas.
Estados Unidos
de América, no te entiendo.
Pasando de eso —y
aunque suene bastante raro— aun hay gente que piensa que la Tierra es plana,
Adán y Eva literalmente existieron o que nuestro planeta sólo tiene seis mil años
(JAJAJA). Basan tales creencias, ya no en la fe ciega, sino en la ignorancia
compartida, al margen de toda evidencia que les demuestre lo contrario. Su
rabia airada ante la Teoría de la Evolución está presente en esas protestas que
se llevan a cabo por aquellos que desean impedir que a niños estadounidenses se
les mencione siquiera la posibilidad de que Adán no nació del barro y Eva de su
costilla.
Recuerdo que
hace muchos años, cuando YouTube andaba aun en pañales apareció un polémico video de un niño predicador. Mitad cuerdo mitad poseído, el pequeño Nazareth
Castillo —todo un manojo de gesticulación, coreografías y gritos dignos de
admirar— hablaba indignado ante una congregación religiosa sobre esos
mentirosos/sabelotodos/inventores de falacias (conocidos en el bajo mundo como
científicos) que habían ideado la terrible abominación de decir que somos
parientes del mono, ¡pero qué tragedia! El niño también llevaba consigo la
respuesta definitiva para negar la Evolución y a la madre que parió a Darwin: el
mono y la mona producen monitos hasta hoy, la gallina y el gallo producen
pollitos y los peces pececitos. Nazareth no entendía la evolución ni quería
hacerlo, no necesitaba saber de ella; el simple hecho de imaginar de qué iba le
parecía monstruosos, horrendo, repugnante. Al parecer, para él era más
majestuosos nacer de la tierra, que ser polvo de estrellas. Por lo menos el
bodoque habló sobre un parentesco con el mono, porque hay otros que de plano se
saltan todos los parámetros de la lógica y el razonamiento para cometer la
grosería de decir que la Teoría de la Evolución postula que descendemos directamente
del mono cosa que, por supuesto, no es cierto. Las mutaciones en el campo de la biología y la genética son cosas demasiado complicadas para la cabecita de Nazareth y para
todas aquellas personas que se pararon y aplaudieron como resortes apenas el
niño mencionó lo del mono y la mona. Sin ir más lejos, hace apenas un par de
meses se dio un debate entre el educador científico Bill Nye y el creacionista Ken
Ham cuyo video pueden ver aquí, sin embargo me gustaría remarcar
específicamente la respuesta de cada uno de ellos ante la pregunta “¿Qué le haría cambiar de opinión?” Las palabras de cada uno fueron extensas pero podrían ser resumidas en sólo una,
Ham remató con una “Nada” y Nye con
un contundente “Evidencia”.
No se puede
debatir con quien no quiere razonar.
En resumen, Cosmos
no tiene las respuestas de todas las cosas y tampoco es ese su objetivo, sin
embargo, vale la pena darle una oportunidad para verla y mirarla con ojo
crítico sin dar todo por sentado. Dudar, incluso aquello que nació de la mente
inquieta del entrañable Carl Sagan, debería ser siempre una prioridad, un
motor, un estilo de vida, no sólo algo pasajero. La duda no debe de nacer sólo
por un momento y ser transitoria, sino permanente. Aun así, y a pesar de todo COSMOS:
A Spacetime Odyssey, vale cada uno de sus minutos invertidos. Maravillosamente
dirigido, musicalizado, expuesto, montado y presentado. Más de una vez me ha
erizado la piel y vertido mil sensaciones en mí difícil de describir. Mis más
sinceros respetos para esta serie y para los encargados de guiarnos por esta
odisea del espacio-tiempo. Y una reverencia a Sagan por mirar más allá del
horizonte.
¡Sublime entrada!
ResponderEliminarNo hay parte donde no coincida con lo que has escrito.
Hablar de Cosmos es hablar de una visión sistémica del nacimiento y desarrollo de la ciencia tal y como la conocemos, donde analizamos cómo la humanidad ha encontrado parte del conocimiento que tenemos de nuestro entorno y más allá de nuestra casa; así como para valorar el gran trabajo y esfuerzo de las mentes brillantes que nos brindan sus hallazgos a pesar de la n cantidad de factores de diverso origen que lo impidieron y lamentablemente lo siguen haciendo.
Quitar el marco histórico de cómo se llegaron a esas conclusiones y a ese conocimiento es dejar de lado la importancia de la investigación e ignorar el esfuerzo, en ocasiones monumental, que nos llevaron hasta este punto. Simplemente no se le daría el valor que realmente posee dicho conocimiento si no fuera posible analizar donde estábamos y hacia donde nos dirigimos.
Por otro lado, las comparaciones entre Sagan y deGrasse Tyson son simplemente ridículas. El encanto de Sagan para hablar de Ciencia, enamorarnos de ella y para abarrotar aulas de clase será siempre extrañada; pero con esto no se demerita para nada la ovacionable labor que Neil deGrasse Tyson está realizando, que desde mi particular punto de vista es excelsa.
¡Mil gracias por tu comentario, Cinthya! ^___^
EliminarSi algo he adorado de Cosmos (tanto de esta versión como de la original) es la facilidad con la cuál nos explican las cosas. No miento en lo absoluto si digo que he aprendido más viendo esta serie que lo que mis cuatro maestros de Geografía me enseñaron en mis años de escuela. Hay algo de digno reconocimiento en todo eso, porque no es una tarea sencilla; es un trabajo monumental y un extraordinario ejercicio tanto por los creadores de Cosmos como por todos aquellos involucrados en su proceso de investigación.
Las comparaciones entre Sagan y deGrasse Tyson ni siquiera logran justificarse. Son absurdas. Ambos son científicos extraordinarios pero totalmente diferentes; unidos, eso sí, por el amor que le tiene a la ciencia. Fuera de ello, el estilo de divulgación de cada uno es totalmente diferente, pero no por ello podría decir yo que uno es mejor que el otro. Admirable me resulta comprobar que soy capaz de entender el método de los dos. Y con eso me doy por bien servida.
¡Un saludo! :)
Coincido con las dos, no hay peor error que tratar de comparar las dos versiones de Cosmos, ambas diferentes y complementarias a la vez. Y qué decir de los presentadores, toda una brecha generacional entre ellos. Carl Sagan antes que científico era un divulgador, un maestro... ese ser que te enamora de la ciencia y hace que abras los ojos hacia las infinitas preguntas de un mundo fuera de lo común, de un Universo tan infinito, por otro lado deGrasse Tyson es hijo de esa fascinación que Sagan logró despertar, más extrovertido, sin recato en criticar y/o señalar, su entusiasmo y visión (opacos tal vez por la "imparcialidad" televisiva) choca con la cadencia de Sagan. En lo personal me identifico muchísimo con deGrasse Tyson, sobre todo por su manera de expresarse, de emocionarse al hablar de los descubrimientos, yo soy de las que salta, grita y llora con ver "animada" la Teoría de la Evolución, las recreaciones de mis científicos favoritos, con el espectro de luz, con los elementos y sus orbitales de energía. Sin duda el Cosmos de Sagan es una joya que siempre ocupará un lugar muy especial, y sin el cual creo que yo no estaría aquí, y por otro lado, el Cosmos de deGrasse Tyson es un constante recordatorio del maravilloso camino que elegí :)
ResponderEliminar¡Gracias por tu comentario, sister! :)
EliminarLo que pasa es que Neil deGrasse Tyson es el divulgador de nuestra generación, con todo el peso que ese título pueda acarrear. Tiene una jovialidad envolvente e hipnótica y un carisma que arrasa allá donde se presente. Sagan era totalmente diferente, más íntimo (quizá más serio), pero resulta increíble como su cadencia al hablar me persigue incluso cuando leo un libro de él. La forma que tenía de expresarse, la facilidad con la que explicaba aquello que no todos podían entender por el lengua sofisticado con el que se escribe la ciencia, es algo que aun hoy me causa una profunda admiración. deGrasse Tyson puede hacer lo mismo que Sagan hizo, pero de distinta manera, con un método muy diferente. Personalmente agradezco a diario que existan divulgadores tan diversos como ellos. :)