Si las circunstancias
fueran distintas, podría considerar The Beating of her Wings (3.02) uno de los
más soberbios finales de una serie de televisión dramática de los últimos años
(quitando el hecho de ser el segundo episodio de una temporada de ocho). Sin
embargo, nuestra arraiga visión occidental de la justicia siempre nos ha
inculcado la imagen del héroe caído que aspira a la redención. Es un panorama
que se ha explorado hasta el cansancio y Ripper Street no fue la excepción. Si
la primera temporada sirvió como mera introducción a las peripecias de la
policía metropolitana en las barriadas de Whitechapel y la segunda ahondó en
personajes secundarios como el sargento Drake o el capitán Jackson, la tercera
viene a rematar con quien debió de haber empezado. En este episodio hay algo en
la trasformación del inspector Edmund Reid que como espectadores sólo consigue
erizarnos todas las capas de la piel hasta provocarnos un escalofrío que nos
recorre el cuerpo. Es a su vez una consecuencia de lo que nos parece ajeno. Una
errata en el guión. Mirándolo con detenimiento no debería ser difícil
entenderlo; lo que pasa es que nos negamos a creerlo.
La historia de Reid
nos fue mostrada a pedazos; pequeños indicios de aquí y de allá que uniéndolos
todos revelaban un suceso trágico en el pasado que involucraba la desaparición
de su hija pequeña y el resquebrajo total de su frágil matrimonio. In My
Protaction (1.03) nos trae a un inspector afligido, exigiéndole fortaleza a su
esposa moribunda a cambio de una promesa: contarle por qué motivo no puede
aceptar la muerte de su hija y las circunstancias que orillaron a su
desaparición. En esa época, al idealista de Edmund le pesa la ingenuidad a
toneladas; era esa clase de personajes cuya actitud ante su propio trabajo no
puede tacharse sino de perfeccionista, pero a su manera. Sin embargo, conforme
la trama avanza esto cambia poco a poco hasta desembocar en el asesinato a
sangre fría de quien le arrebató a la niña. La escena en sí es horrorosa y está
tan carga de sentimiento que revierte la imagen que teníamos de él hasta
transformarlo en otro ser. Algo como eso habíamos captado cuatro años antes,
cuando a los pies del ring, le pide al sargento Drake matar a golpes a su
íntimo enemigo. No se le puede culpar de frivolidad, sino de una excesiva
ceguera vengativa que lo debilita tanto que él mismo se desconoce. Existen
tales y cuales dialogo donde sus palabras nos taladran la conciencia. Generalmente
es Bennet Drake quien está ahí para expiar sus pecados, para taparle los
fallos, señalar sus errores y perdonarle todo al conocer sus imperfecciones.
Hay una dinámica en ambos que funciona, una salvación mutua entre el veterano y
el policía que siempre consigue sobreponerse a cualquier decepción. Los cinco
minutos que Bennet le da para dejarle huir cuando cometió su transgresión de la
justicia nos demuestra lo que uno es capaz de hacer por el otro. Favor con favor
se paga.
Y es que las
confesiones de Reid siempre consiguen acaparar la imagen y el sonido. Son
pequeños trocitos de nada, proclamaciones mínimas a ciertas personas, gritos
silenciosos ahogados en frías sepulturas que cuando brotan logran conmover. Aun
así, raramente fue su esposa la oyente de tales palabras, propias de una
relación donde ambas partes se asfixiaban en sus reclamos. Am I Not Monstrous?
(2.02) dio indicios de que algo deplorable había pasado con el matrimonio y
Emily no fue vista desde entonces (probablemente recluida en algún hospital
psiquiátrico para curar la locura provocada por la actitud del propio Reid). Y
es que el inspector no estaba obsesionado con la búsqueda de su hija, a pesar
de la certeza de sentirla viva, sino
con su trabajo. Una actitud desmedida donde imperó su descuido al hogar para
equilibrar la balanza a favor de una justicia cuestionable que menguaba mucho
en el Londres victoriano. El inspector Jedediah Shine se presenta como el contrincante
corrupto, la fuerza de la ley debilitada por sus propias ambiciones y
podredumbre. Un hombre despiadado y feroz. Un opresor orgulloso de su
desobediencia autoritaria que pone la bala allá donde le plazca; que asesina a
sangre fría sabiendo del amparo que le brindan los poderosos, vulnerados por
los propios ases que esconde bajo la manga. Puñaladas duras que saborea con
placer cuando se siente protegido por la impunidad imperante en una sociedad
que se rasga las vestiduras por un gramo más de dignidad. Es entendible el
desprecio que Edmund tiene hacia él, es comprensible la rabia que brotó en ese grito
imperioso cuando Bennet escuchó estupefacto aquel desgarrador “¡Mátalo!” en la
esquina del ring. El lamento del animal herido, el réquiem del que pensó que la
rectitud de su trabajo jamás podría caer a un nivel más bajo. Pero el inspector
Edmund Reid cayó y no dejó de caer hasta que esta tercera temporada le dio la
oportunidad de arremeter contra quienes lo merecían. Shine queda pendiente,
pero otros no corrieron con la misma suerte y será exquisito (aunque no por
ello correcto) ver cómo culminaran estos dos últimos episodios. En el arco
pasado no fueron los casos los que brillaron en sí sino la vida privada del
sargento, el doctor y el inspector Shine, dejando de lado casi por completo a
Reid. El círculo se cerraría bien con esta temporada. Y lo interesante sería
ver cómo quedarán ubicados Bennet Drake y Homer Jackson, porque Rose y Susan
también tienen cabida aquí.
La historia de
Bennet la saboreamos como pocas, la sufrimos a rabiar y ahora nos queda ver al
boxeador que se levanta con el rostro cubierto de sangre, pero vivo. Porque
Bennet siempre ha sido un personaje de peso, con una actitud que sobrepasa el
corte militar para subyacer en el deber que siente como custodio de la ley. Hay
algo en sus ideales que esconden las viejas enseñanzas del propio Reid. Las
antiguas, añejas y entrañable obras del policía exacerbado y herido. El rebelde
de Bennet absorbe más de ternura en su postura que el mismo inspector (por
muchas torturas que le corran por sus puños cerrados). Sus principios jamás han
colapsado a pesar de lo cerca que ha estado de verse degenerado por camaradas
con los que antes había compartido banderas y vinos. The Weight of One Man's
Heart (1.05) expone el peso de sus glorias pasadas dándole la oportunidad de
reivindicar sus principios militares, anteponiéndolos a los que imperan en las
calles. Un acto que raya en lo terrorista, que lo sacude por dentro y le planta
una bofetada que de otra manera jamás habría sido capaz de percibir. Madoc
Faulkner sólo consiguió con su actitud echar por tierra la idea romántica del
leal marino convertido en pirata que proclamaba a los cuatro vientos la ingratitud
de un gobierno que olvidó a él y a los suyos apenas la guerra se dio por
acabada. Esto era algo atroz que Bennet necesitaba ver con sus propios ojos,
atestiguar a punta de pistola un escenario que Reid jamás podría mostrar desde
las oficinas de la policía, ni tampoco arriba de un ring. Esas cosas se ven, se
tienen que sentir para que se conviertan en algo; ya sea una enseñanza o una
decepción a largo plazo. Porque el camino empedrado del sargento jamás terminó
allí, logró extenderse hasta verle felizmente casado con una mujer que le
ofrecía cinco minutos de paz en un burdel donde no conocían ese concepto. Si el
hombre saboreó la fortuna en sus manos esta no se aplazaría demasiado al descubrir
quién era en realidad la esposa detrás de la máscara. El culto fanático
expuesto en A Stronger Loving World (2.06) logra derrocar hasta las cenizas la
fortaleza de un estoico personaje, no tan estricto como su propio jefe, pero sí
competente y sagaz. El declive del sargento llega aquí, cuando su entrañable
Bella se auto inmola frente a sus ojos matando a parte de él en el proceso.
Nunca le habíamos visto tan perdido, ennegrecido por su propia conciencia, bañado
entre tanto remordimiento y espanto. Su agonía mental fue peor de lo esperado,
su descenso se confundió con una derrota aplastante donde los mismos demonios
que le persiguieron antes amenazaban con aprovecharse de sí sin darle tiempo a reconocer
sus fallos. Si Rose Erskine regresa a su vida es sólo para convencerle de que
él es más que una maraña de sentimientos contradictorios anidados en su mente.
Sin embargo, no es ella a secas quien lo despabila de su agónico trance, sino
el cuerpo de una persona asesinada. Algo nacido dentro de él lo devuelve a la
realidad a base de dolor y misterio. Renace como un ser distinto, más realista
que antes y quizá un poco más entregado a la rectitud que impera en su nuevo
cargo. De más peso. De más responsabilidad. Pero sobre todo de más
posibilidades para mostrar su verdadero rostro.
La historia de Homer
Jackson es distinta. El norteamericano cirujano cowboy perdido en las calles del Destripador trata de buscar su
absolución viviendo al margen de la ley mientras colabora con ella. Es el anti
héroe con bata blanca, olor a cigarrillo y vino en la mano; tronco común de lo
que tiempo después sería la ciencia forense. El tipo podrá ser un alcohólico mujeriego
sin vergüenza pero entre toda esa pestilencia se esconde el joven que soñó con
explorar el mundo. El matrimonio que durante dos arcos vimos compartir con Long
Susan se hace añicos rumbo a la tercera temporada. Pero hablar de él es hablar
de ella y para comprender a uno tendríamos que vincularlo con el otro,
independientemente del rumbo distinto que tomaron apenas inició esta nueva
etapa. El médico de la armada estadounidense formó una extraña relación con la
hija de un magnate que terminó viviendo en Inglaterra dirigiendo un burdel en
el cual habitaban cada uno a su manera. El panorama ya de por sí se presta para
exponerse como la cumbre de lo bizarro, pero al parecer el truco les funcionaba
(y más de una vez vimos a la policía pasear entre prostitutas para arrastrar a
Jackson hasta los pies de un nuevo cadáver). Tachar la relación de Jackson y
Susan de disfuncional sería cortar demasiado hilo de una tela que se entreteje
demasiado como para ser definida en una sola palabra. El matrimonio se mantuvo
unido a pesar de que por cada ilusión que tenían les llovía una docena de
desgracias. De alguna manera eso les otorgó la fortaleza que de otra manera no
habrían conocido. Cuántas veces no les vimos discutiendo su idílico sueño a la
luz de una chimenea. Huir muy lejos donde nadie nunca les juzgaría por sus
decisiones. De hecho, las conversaciones a puerta cerrada siempre fueron las
más significativas; eran aquellas charlas donde botaban todas sus máscaras,
mismas que guardaban toneladas de amarga sinceridad y que generalmente
terminaban en utensilios y portazos resonando hasta los cimientos del peculiar hogar.
Es verdad que Jackson siempre necesito unos milímetros de vino en sus venas
para sincerarse ante Susan pero no podría negarse el amor que se le derrochaba
en la mirada cuando la tenía enfrente. Ella también pudo aspirar a algo mejor (basta
con escucharle cinco minutos frente a su padre para entender de qué estoy
hablando), su testarudez y gallardía la ubican por encima de cuanta mujer del
siglo XIX se le ponga enfrente. Existe algo de cínico en su carácter que fusiona
con elegancia y altanería, algo innato que atrae a quienes la tratan, y resulta
bastante chocante darse cuenta que alguien pudo aprovecharse de ello para su
propio beneficio. El bastardo de Silas Dugan sabía dónde encontrar la
vulnerabilidad de Susan, sabía cómo escocer cada herida recibida en el pasado o
de qué manera podría doblegar a una fiera innata; porque la madame siempre defendió lo suyo: el
territorio arcano en los barrios bajos, la elegancia e independencia de su
propio negocio, la integridad de las chicas que estaban bajo su amparo (por muy
cuestionable que esto pudiera resultar). Susan hacía su trabajo y lo hacía
bien; también ocultaba secretos, dolores, angustias y deudas endemoniadas, y se
sentía acaparada por un feminismo que la superó en Become Man (2.03). La
actitud de ella en el reciente camino me resulta ajena; la desconozco. Su
poderío no sólo opacó esa destreza gentil que atravesaba la pantalla bajo la
protección de su burdel, sino que terminó por aniquilar cualquier rastro de la
mujer que una vez amó al capitán Jackson.
[Aun me faltan ver un par de episodios de esta última temporada y probablemente hay alguna especie de a lost in traslation que se me escapa de las manos porque no he podido encontrar subtítulos en inglés ni mucho menos en español desde que Amazon tomó el timón de la serie. Si a eso le agregamos los slang que se cuelan entre los diálogos, ufff… Vamos, que no es como para montar un dramón pero de que me pierdo un poco pues sí, lo normal.]
El futuro que le
depara a la pareja será digno de ver sólo al observar lo bien que se la estaban
pasando en “Your Father, My Friend” (3.04). Mismo en el que la misma Susan
parece reivindicar la esencia de sus principios con ese cardiaco final que nos
deja petrificados. La mujer debilitada por el poder se desvanece ante el
crimen cometido. Resulta estremecedora la escena final de este específico capítulo.
La rabia contenida, la culpa por las decisiones tomadas y el odio creciente
frente al imbécil que le ayudó a olvidar quién era en verdad le llevó a volarle
los sesos sin pensarlo demasiado, justo después de preguntarle “¿Tú sabes qué es
eso? ¿Tú sabes lo que es ser un hombre bueno?”;
preguntas directas que también sirven como melancólica elegía al inspector
Reid, herido por ella, que agonizaba en un charco de sangre a escasos
centímetros de donde taladraron las palabras.
Ripper Street
acarrea con el peso de las series cortas e incomprendidas por la multitud. Un
camino antes recorrido por Hannibal, The Fall o The Killing, quienes también
estuvieron en el umbral de la cancelación, aunque ésta serie no posee la
densidad argumental de las otras mencionadas. Hace apenas unos días escribí un poquito sobre ella. Hace apenas nada, mencioné que si la dinámica del trío
protagonista seguía intacta, ahí estaría yo para verla brillar. Pero esta tercera
temporada apuntó el cañón hacia la posición contraria. La dinámica se ha
resquebrajado y las partes implicadas siguieron sus propios caminos en
direcciones que estaban lejos de estar cercanas. Era algo que ya me esperaba;
si hubo algo que brilló en Our Betrayal (2.07.08) fue precisamente esa rotura
en la confianza de los tres. Dejando eso de lado, vale destacar la fortaleza
con la que Ripper Street resurgió de las cenizas. Cancelada por la BBC hace
unos meses fue acogida por Amazon para traernos ocho episodios que estuvieran a
la altura de los que les antecedieron. Pero lo que hicieron fue más allá:
revitalizaron una serie agónica, no por su trama sino por las circunstancias, y
le inyectaron la fortaleza necesaria para culminar una tercera temporada que apunta
a ser la más épica de todas sin olvidarse de sus principios. La esencia de los
primeros casos, la base de la criminalística como ciencia forense y el
nacimiento de una nueva era siguen ahí, intactos y eso es quizá lo que más
atrae de ella. Esa diversidad de asesinatos y conspiraciones pequeñitas en el
barrio de Whitechapel, que sin querer, remueven los altos estándares hasta
llegar a los poderosos. El trío de camaradas encabezado por Reid sigue
funcionando a pesar de los cambios por los que han pasado en los cuatro años
que vivieron separados. También vale la pena destacar que la obsesión desmedida
del inspector por el peso que recae sobre sus hombros nos llevan a atestiguar
la creación de la base de datos de criminales y reincidentes a golpe de maquinas
de escribir, tinta y opacas fotografías; rarísimo de ver en una serie de
televisión, donde nos tienen acostumbrados a la tecnología de punta de los
centros de investigación ficticios que superan con creces a la realidad. (Sobra decir que la inclusión del entrañable Joseph Merrick a la trama es tan conmovedora como trágica.)
Ripper Street no
es sólo una serie recomendada sino necesaria. Un show que apostó a lo
diferente, a lo antiguo versus lo moderno. Que logró captar con exquisita
maestría una etapa decisiva en el sistema policíaco contemporáneo, tiempo que
fue un parte aguas en los métodos investigativos o el despertar de la energía eléctrica
en la vida cotidiana, el avance de la ciencia y la medicina o la creciente
popularidad de la fotografía o huellas dactilares como insuperable recabador de
evidencias. Sin olvidarnos de la vida personal de los protagonistas que,
conforme las temporadas avanzan, engullen con facilidad el crimen cometido para
anteponer la subtrama al primer plano. Imposible ignorarla, y sobre todo imposible de olvidar. Si esta temporada es la despedida, la están
haciendo a lo grande; si es un nuevo comienzo, están poniendo el listón demasiado
alto.
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