Título: El
viento en la luna
Autor: Antonio
Muñoz Molina
Editorial: Seix
Barral
Año: 2006
Páginas: 320
ISBN:
9788432212277
Existen libros
que me gustaría que jamás terminaran. El viento de la Luna de Antonio Muñoz
Molina es uno de ellos. No es que sea extraordinario, ni una obra contemporánea
sin precedentes, sino precisamente todo lo contrario. Es la cotidianidad que
empapan sus páginas la que me enamoró desde el principio. Y es que Muñoz Molina
tiene una narrativa encantadora e hipnótica; nada fácil de conseguir si nos hacemos
a la idea de que está contado desde el punto de vista de un joven y en primera
persona.
La historia se
sitúa en el memorable julio de 1969, mes en el que la nave Apolo XI se posó
sobre el Mar de la Tranquilidad en la Luna. Pero este épico momento, que quedó
grabado en la memoria de tantos millones de personas, es únicamente un
referente a la novela misma, que nos adentra de lleno en la ciudad de Mágina
donde vive nuestro protagonista, un niño que dejó de serlo no hace mucho tiempo
y que vive entre libros, folletos, recortes, revistas y obsesiones ante ese
alunizaje que parecía provenir de las mismísimas páginas de los relatos de Verne.
El libro me
conmovió por su ternura, pero sobre todo por su realismo, retratando con ello
una de las etapas más difíciles de la España de la dictadura, vivida a través
de los ojos de una familia rural promedio; una de aquellas que aun se resistían
al cambio: de lo antigüedad a la tecnología, del pozo de agua a la nevera, de
la radio a la televisión. La prosa de Molina juega con el lector de una manera
tan maravillosa que tardé un buen rato en darme cuenta que después de leer un
tercio de la novela aun no pasaba nada que considerara un parte aguas en la
trama. No sería sino hasta la mitad del libro cuando repararía en el hecho de
algo que debió de ser obvio para mí desde un principio: El viento en la Luna no
pretendía mostrarme una trama enmarañada sino una cotidianidad palpable y
genuina que evocaba un año decisivo visto a través de los ojos de un joven. Me
pregunto si será una especie de autobiografía. El remolino de emociones que experimenta
el chico sobre cómo enfrentarse a la rutina de los días en el campo, o el mundo
hostil con el que se topa cuando va al colegio me ha calado bastante hondo. Me
identifico con él, aunque ni siquiera sabría decir por qué. Quizá por su mente brutalmente
racional y tajante, por su ímpetu de poner la razón sobre la superstición. Quizá
por esa obsesión desmedida de huir de ese entorno que lo abruma, o porque a lo
largo de las páginas sólo piensa en perderse lejos, en la Luna, o entre
párrafos de libros que le han regalado mientras su padre mira preocupado el
hecho de pensar que su hijo no quiera cuidar las huertas donde crece, aquellas
que le corresponden por derecho más que por amor a ellas.
Un libro
chiquito que me llevó tres meses leerlo y ha sido todo un acierto maravilloso a
tal grado que pienso hacer una relectura pronto porque lo vale y sobre todo
porque en ningún momento lo sentí pesado ni cansino y eso se agradece
eternamente. Duró tres años empotrado en mi librero sin atreverme a tomarlo.
Ahora me arrepiento que me haya tomado tanto tiempo darle una oportunidad que
en verdad se merecía.
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Títulos: La
noche en que Frankenstein leyó el Quijote
Autor: Santiago
Posteguillo
Editorial:
Planeta
Año: 2014
(México)
Paginas: 230
ISBN: 978-607-07-2056-7
Cuando me enteré
que Santiago Posteguillo había publicado un ensayo sobre la vida secreta de los
libros, sólo rogué que tuviera la mitad de grosor que el tocho de 1200 páginas de
su autoría que pueblan las librerías de mi país desde hace un tiempo. Por
suerte La noche en que Frankenstein leyó el Quijote únicamente tiene 200
páginas y se lee en no más de tres días; algo imposible de hacer si nos enfocáramos
en Los asesinos del emperador. De hecho, la letra es grandísima y las historias
que narra suelen ser cortas, lo cual siempre se agradece. Y es que, si hay algo
que me fascina hacer después de zamparme una novela con una densidad argumental
considerable, es leer un libro de transición. Algo sencillito que sólo sirva
para despabilarme un poco y recordar lo divertido que es disfrutar de una
lectura sin tener a mis neuronas divididas por función respecto a la trama, el
ambiente, los personajes y sus giros argumentales.
Me gusta la
prosa del señor Posteguillo por su sencillez; la transparencia de su narrativa
es una constante a lo largo de estas anécdotas literarias que algunas pecan de
conocidas y otras engullen el recelo de no formar parte de la memoria colectiva
y teorías conspiranoicas pero que resultan igual de disfrutables. Guardan dentro
de sí la vocación de las letras y las palabras; la anécdota irrevocable del
momento que les dio vida, desde Dickens, hasta Austen, pasando por Cervantes,
cruzando por Tolkien, mencionando a Rowling, evocando a Dumas, retando a
Shakespeare, exhibiendo los pecados de Dostoievski y la incomodidad ridiculizada
de la KGB, todo tiene cabida aquí, en doscientas páginas que saben a la nostalgia
más pura.
¿Recomendado?
Sí. Un libro ligero que no ofrece más de lo que nos dice, empapado con diálogos
inventados y párrafos existentes, que personalizan y le añaden ese aire
novelesco a historias que en un principio sólo guardan la veracidad de las
fuentes que así lo afirman y la fe de creer que fue así como ocurrió para adentrarnos como intrusos pasivos a la
creación de los clásicos que, aunque muchos no los hemos leídos, nos miran pacientes
desde nuestras estanterías sabiendo que tarde o temprano los tomaremos y los
invitaremos a habitar para siempre en nuestra mente.
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