Casa de la abuela. Diciembre de 1993. |
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Antes de que mi abuela falleciera pidió que, cuando la carroza fúnebre pasara por la casa donde vivió junto con mi abuelo, esta no se detuviera allí, pues en esa casa ella había vivido un infierno. Aquello me resultó curioso y sobre todo doloroso. No por lo que ella pidió sino por el hecho de que los mayores recuerdos de mi vida los viví allí... y fui bastante feliz.
La casa de mi abuela fue la patria donde icé la bandera de mi infancia, donde guardé el baúl que contienen los recuerdos que algunos días añoro. Es el lugar donde descubrí la magia que albergan los sueños infantiles y que custodiaba atentamente aquella anciana. Aquella casa era especial: fría y cálida a la vez. Enorme en su pequeñez y perfecta ante mis ojos. Era tierra neutral donde podía pedir asilo cuando así lo deseaba.
La casa de mi abuela olía a memorias, a ladrillos mojados en los días de lluvia, a mangos, nanchis y guayaba. En ella hicimos de las vacaciones aventuras inolvidables. Era el hotel gratuito de dos habitaciones donde cabían hasta 20 personas.
Guardo en mi memoria sus paredes y sus techos de ladrillo, sus muebles de madera, aquella televisión que nunca sintonizaba bien, el estéreo y sus discos de vinilo. Las viejas sillas negras que siempre estaban a un lado de la puerta principal, que silenciosas y enlutadas te pedían en secreto que las tomaras para salir a charlar a la calle todas las tardes del año. Recuerdo los crucigramas y la misión imposible de encontrar un lápiz o una pluma. Recuerdo la vieja máquina de coser en una esquina de la casa. El "corredor" y la "biblioteca" que mi abuela presumía con orgullo, o aquella mecedora del viejo Nicolás. La nevera viejísima que, para darle un nuevo aire de vez en cuando, la pintaban de colores variados. Recuerdo el chirrido del teléfono viejo y el susto que nos daba cuando sonaba. Tengo en mi memoria aquella mesita de madera en el centro de la sala, donde mi primo y yo nos sentábamos de vez en cuando para que la abuela nos ayudara a hacer la tarea mientras ella veía atenta algún capítulo de "Mujer, Casos de la Vida Real" y maldecía por lo bajo al hombre que le hacía la vida imposible a la protagonista en turno.
La habitación del abuelo era nuestra sala de juegos, podíamos estar allí desde la mañana hasta el atardecer. Hacíamos "casas de campaña" con las sabanas y su cama de 3 colchones. La convertíamos en cine los fines de semana y jugábamos a Mario Bros con algún Súper Nintendo prestado. Recuerdo a la abuela entrando a la habitación y pidiéndonos que abriéramos aquella pequeña ventana azul que tanto nos empeñábamos en cerrar.
A mi memoria también se vienen sus casetes de Paquita La del Barrio y cómo mi abuela decía por todo lo alto aquello de "¿Me estás oyendo inútil?" como queriendo que el abuelo escuchara sus palabras desde su lugar de trabajo, a varios kilómetros de allí. También recuerdo a Wuatusi, el perro de la familia, un Pastor Alemán que, según ella, era pedigree, "nada más que el pelo nunca le creció y se le quedó cortito-cortito". Lo cierto es que Wuatusi no era ni Pastor Alemán, ni pedigree, pero era todo un luchador, un perro que sobrevivió al moquillo canino y vivió casi una década. De él no tengo ni una sola foto, todas se quedaron en la casa de la abuela (la casa que siempre a sido de ella, aunque el abuelo se empeñe en cambiar escrituras y otras cosa), era fotogénico y siempre salía de colado.
En Navidad la casa olía a nostalgia y la familia se reunía para celebrar la vida y otras cosas. Había villancicos navideños y un pinito que brillaba en una esquina de la sala mientras en el patio los nietos corríamos y encendíamos luces de bengala mientras la abuela lloraba de felicidad. Eran los días de piñatas, fiestas, dulces y regalos. De anécdotas, planes y sonrisas. De viajes nunca realizados.
Han quedado muy lejos aquellos días. A mí me cuesta recordarlos a veces, en otras ocasiones pienso que no existieron, que sólo fueron un espejismo que mi mente a construido con los años, pero repaso las fotos de aquellos tiempos y me veo reflejada en ellas. Desearía que mis sobrinitos gozaran de todo lo que mis primos y yo disfrutamos durante aquellos días de la infancia. Que se pudieran divertir juntos tanto como nosotros lo hicimos, reventar globos en Año Nuevo, golpear la piñata el día de reyes, bañarse bajo la lluvia las tardes de verano y escalar arboles en el patio donde nosotros crecimos. Descubrir tesoros en lugares olvidados o comprar frituras en la tienda de Don Daniel, y uno que otro día sentarse a comer en aquella vieja mesita verde debajo del árbol de mango.
El siguiente video está dedicado a la memoria de la abuela y también a sus bisnietos, Dylan Andree, Danna Valeria, Melany (a quiénes no tuvo la oportunidad de conocer) y los que vengan en un futuro, para que conserven un poquito de lo que aquella casa fue y lo que significó para nosotros. El humilde video (realizado apenas en 30 minutos) está hecho con las únicas imágenes que yo tengo de aquella vieja casa, con las pocas fotos que guardo de mi abuela y con todo el cariño del mundo. El poema que recito es del cantautor mexicano Fernando Delgadillo, con unas pequeñas variaciones para adaptarlo a mi historia.
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(Fernando Delgadillo)
Las visitas a mi abuela
Me gustaban de mañana
Con ese modesto encanto
De un almuerzo familiar
Con un sol siempre asomado
En la boca de las ventanas
Despintando año con año
Las paredes del solar.
Y en un rincón del jardín
Donde crecen las gladiolas
Se maduran lentamente
Los botones y las horas.
Los muros y sus rincones
Visten musgo y otras cosas
Cosas para las que el tiempo
Pasa, pero se demora.
En la casa de mi abuela
Los muebles huelen a antaño
Porque desde que recuerdo
se han sentado ahí los años
y mi abuela los ha visto
como nunca los vi yo
ocupando unos lugares
que la familia dejó.
En la casa de mi abuela
Los retratos se codean
Se hacen de los recovecos
Y en los muros, cuchichean.
Siempre encuentro conocido
El cuadro de algún familiar
Rostros jóvenes de viejos
Que fueron quedando atrás.
Cuando acaba la mañana
Y en la casa de mi abuela
Todo el aire vespertino
Trae al patio por la puerta
Y en un rincón del jardín
Donde crecen las gladiolas
Se maduran suavemente
Los botones y las horas.
Me hallé en casa de mi abuela
Desde niña la manía
De admirar las pertenencias
Que fueron de la familia.
Sombreros, muñecas, ropa
Cartas, cajones cerrados
Cada objeto es un tesoro
De secretos olvidados.
De preguntas sin respuestas
Está lleno su ropero
De ropa limpia y doblada
Fotos, llaves y recuerdos
De respuestas sin preguntas
Se ha llenado el tocador
Y un espejo que le enseña
Lo que el tiempo le aguardó.
La tarde sabe a nostalgia
En la casa de mi abuela
Cuando plancha y yo pregunto
Cuando llora y se recuerda
Y en un rincón crecen las gladiolas
Se maduran dulcemente
Los botones y las horas.
Cuando el sol se está ocultando
La luz tardía se recuesta
Las sombras se alargan tanto
Que trepan por la pared
Cada objeto crea una mancha
Que cruza la casa vieja
Concediendo a lo que toca
La ansiedad que da la sed.
En la casa de mi abuela
Existe un cuarto de visitas
Para darle al que ha llegado
Un sitio donde pueda estar
Donde acude a cada noche
Ese silencio que lo habita
Porque hace mucho que nadie
Se ha quedado a descansar.
Cuando la noche se asoma
Y en la casa de mi abuela
Se entrecierran las ventanas
Y los ruidos se develan
Todo en sombras murmurantes
Y crujidos de madera
Que nunca se acomodaron
Y nunca han estado quietas.
Conforme pasas las horas
Hasta el viento tiene pena
De aplacarse en esta noche
De extraña movilidad
Sin sentir la expectativa
Fue en la casa de mi abuela
Donde se mueve el encanto
Que nos trae oscuridad.
Desde el jardín de la casa
veo su mole silenciosa
escondido en sus pasillos
sombras que vienen y van
veo a gente que la habitaba
me veo yo, cuando era niña
todo se marchó dejando
a mi abuela y los que no están.
Veo de niña su ternura
Todo ese amor que regó
Con la paciencia y dulzura
Que cultiva el sembrador
Y en su rincón del jardín
Donde crecen las gladiolas
Se maduran tardíamente
Los botones y las horas.
Hoy la casa tiene un cuento
Que recorre los pasillos
Que habla lo que va pensando
Y que olvidó que tiene edad
Y al pensarlo me pregunto
Me pregunto y me repito
¿Cómo entrar en esta casa
si mi abuela ya no está?
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Para leer la letra original del poema click AQUÍ.
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La música que suena de fondo en el video es de el niño coreano Sungha Jung (Página Oficial).
Para ver el video de “The West Wind” click AQUÍ. Para ir a su canal de YouTube AQUÍ.
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Excelente relato con un toque de nostalgia de esos momentos vividos, al estar leyendo este blog se me vienen esos recuerdos de los cuales muchas veces fui testigo, si tu abuela viviera te aseguro que dejaria ver algunas lagrimas en sus ojos de la emoción y felicidad de lo que aqui describes e igualmente sentirá lo mismo tu Mama cuando lo lea, Felicidades Atte. Tu Papa
ResponderEliminarMuchas gracias por el mensaje señor Papá. Todo un placer tenerlo por aquí :) Y sí sé que mi abue lloraría si pudiera leer estas palabras. De ella aprendí a guardar cosas en mi memoria y no olvidarlas. Me siento afortunada de haber podido tenerla el suficiente tiempo conmigo como para no olvidar todos los momentos que compartimos junto con ella.
ResponderEliminarUn saludo, beso y un abrazo :)