Mami, ¿quién pintó las nubes hoy?
Por desgracia me perdí la respuesta que la madre le dio al niño. Ambos pasaron por la banqueta del comercio donde trabajaba y siguieron su camino rumbo
al sur. De aquel momento ya han pasado —mínimo— cuatro meses, pero ese niño
jamás sabrá que el cielo ya no es el mismo desde que formuló aquella pregunta. Ahora
es más puro, más artístico, más infantil… quizá más limpio. Le tomé una
fotografía a aquellas nubes para inmortalizarlas; para preguntarle a alguien,
algún día, quién las habrá pintado.
Imaginen
por un momento que el cielo de cada día del año es el lienzo que se le
entrega a un artista determinado. Vivo o muerto, poco importa, lo que importa
es el arte. Cada día un artista distinto sería el encargado de pintarnos un
amanecer, un atardecer y un anochecer. Quizá una pintura para cada país y así
la diversidad explotaría por sí sola. Una multitud de obras maestras y efímeras
que se desvanecerían al caer el ocaso y que resurgirían de las cenizas al
amanecer pero con rostro distinto y mano maestra renovada. “Hoy amanecimos con
un Van Gogh en el cielo” diría el pronóstico del noticiero matutino mientras
Vincent sonreiría desde el tiempo y el espacio, satisfecho. Habría un Guernica
en Kabul y otro más en Siria y Picasso contemplaría su obra con tristeza y
melancolía, porque él sabría que aun con mil guernicas sobre la tierra, después de tantos años de aquel
fatídico bombardeo, seguiríamos sin entender la sinrazón de las armas.
¿Cuántas lágrimas de sangre pintaría Frida Kahlo sobre los cielos mexicanos? Un
Caravaggio adornaría las hectáreas vaticanas. El Greco pintaría nubes de esperanza
sobre los atardeceres de Atenas y el Partenón brillaría con una luz más
especial que la de sus mejores años. Edvard Munch crearía cientos de gritos en
decenas de zonas ceros y sus ecos se escucharían por los cuatro puntos cardinales
mientras evocarían los lamentos lejanos que teñirían, otra de vez, de naranja
el cielo. Habría surrealismo, cubismo, barroco. Habría cielos góticos, atardeceres
bizantinos. Días islámicos y medievales; renacentistas y surrealistas. Noches
persas. Amaneceres románicos. Sería
un mundo distinto; y entonces aprenderíamos a observar el cielo, no para imaginar
si lloverá o no, sino para ver arte ahí arriba, sobre la bóveda celeste,
mientras abajo continuamos con una rutina que duele. Saldríamos a la calle para
ver con qué museo nos encontraremos hoy, con qué artista saldremos a pasear, con
qué obra nos piensa enamorar; de qué forma la podremos descifrar. Nos ayudaría
a apreciar un poco más el día, y los veranos quizá sabrían distintos. ¿A qué
pintor le gustaría regar los geranios de la casa vecina? ¿A cuál le encantaría
desatar una tempestad? ¿Quién limpiaría con una ráfaga de viento la plaza de la
ciudad? Serían pinceles históricos sobre lienzos rotos en un mundo imperfecto
que le encanta mirar pero hace tiempo olvidó cómo observar.
Desde aquel 14 de febrero en que brotó de la mente de un niño pequeño aquella tierna pregunta salgo a la calle, miro el cielo y me pregunto con inocencia ¿quién pintó las nubes hoy? ¿A qué mano artística pertenecen esos trazos?
Desde aquel 14 de febrero en que brotó de la mente de un niño pequeño aquella tierna pregunta salgo a la calle, miro el cielo y me pregunto con inocencia ¿quién pintó las nubes hoy? ¿A qué mano artística pertenecen esos trazos?
Y lo mas increible es que cada persona ve las nubes de diferentes colores, formas y pinceladas...de acerdo con el estado de animo y las emociones que sienta. Gracias por escribir y compartir.
ResponderEliminarTu Tía Raquel
Me gustó el rescate de aquella inocente frase infantil en donde hay todo un mundo maravilloso de imaginación e inguinidad. Me gusta mucho tu prosa, muy ágil y fresca. La frase que dio pie a la entrada es muy linda, pero tu le diste un hermoso y trabajado soporte para ensalzarla.
ResponderEliminarSaludos desde Chile.